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Campo de concentración niño héroe Manuel Bonilla
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Las autoridades deben hacer lo que esté a su alcance para frenar los contagios, pero instalar centros de retención temporal, como el que se ha montado en el estadio Manuel Bonilla, más parece un campo de castigo clandestino que una política de Estado anclada en la evidencia de las mejores estrategias para modificar el comportamiento.
La idea, argumentan sus defensores, es que quienes incumplan las reglas de la cuarentena estén ahí “para que aprendan”. A algunos infractores los sientan en las tribunas, pero a otros los paran bajo el sol, dentro de circulitos marcados con tiza, durante cuatro horas continuas. ¿En qué cabeza eso puede ser constitucional?, ¿qué precedente sugiere que esto disuade las infracciones?
Somos un país tan punitivo que hemos normalizado el castigo físico y humillante. Por eso, parar al sol a quien salió más de una hora de casa es moco de pavo. Así es como ya hemos pasado por alto que policías expongan a una niña por celebrar su cumpleaños (con foto de la torta incluido), hagan ranear a infractores y agarren a cachetadas a detenidos. El castigo humillante se ha convertido en material para memes que después todos comparten por WhatsApp. Hemos normalizado que unos uniformados, algunos de policías y otros de serenos, sin orden fiscal ni judicial, pisoteen derechos. Será porque nos fascina el castigo o nadie ha leído la Constitución.
Violar la cuarentena es una infracción administrativa, no un delito, así que esa privación “administrativa” de la libertad, disfrazada de retención, es innegablemente ilegal. No tiene control ni de la Fiscalía ni del Poder Judicial. Tampoco debido proceso. Lo que debe hacer la Policía ante un infractor de la cuarentena es la multa inmediata y mandarlo a su casa. No es proporcional retenerlo. Salvo, claro, que estemos ante la comisión de un delito. Pero para eso existen las comisarías. No los campos de concentración.
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