Preferiría no leerlo

“Los peruanos no solemos ser ingenuos, salvo cuando votamos o cuando vamos a las ferias de libros”.

Dos veces al año los limeños recuerdan vagas admoniciones sobre el valor de la lectura y acuden a las ferias, e incluso en una de ellas pagan entrada. Allí se resignan a comprar lo que esté en mesas de informe remate o se entusiasman con algún título, generalmente una novela, propuesta por una editorial de prestigio. Una superstición lleva a los limeños a considerar a editoriales y librerías como organismos benéficos, confiables y responsables, una suerte de extensiones de la Unesco. No lo son. Son empresas y como tales tienen una prioridad; no es necesario decir cuál. Sería cándido imaginar que estas entidades comerciales se preocupan por un instante por la calidad de sus productos o el beneficio que traerán al lector. Sus imposiciones se traducen en ventas, en vanidad, en ídolos con pies de barro y, al cabo de los años, en olvido. Leemos en un cuento de Borges: “La gente era ingenua: creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su propio fabricante”.

Los peruanos no solemos ser ingenuos, salvo cuando votamos o cuando vamos a las ferias de libros. Otras naciones incurren en la frivolidad de lecturas intrascendentes sin mayor perjuicio, porque su nivel educativo es sólido. No es el caso del Perú. Aquí, más que en otras tierras, debemos escuchar al filósofo Arthur Schopenhauer: “El arte de no leer es muy importante. Consiste en no interesarse por cualquier cosa que atrape la atención del público en general. Cuando algún panfleto político o religioso, o alguna novela o poema está produciendo una gran conmoción, debes recordar que quien escribe para tontos siempre encuentra un gran público. Un requisito para leer buenos libros es no leer libros malos. Porque la vida es corta”.

La vida es muy corta, efectivamente, pero además los libros que se consumen en el Perú son muy pocos. Deberían, entonces, ser los mejores; no las “novedades”, que suelen ser muy poco novedosas. Una mala novela se parece mucho a otra de la misma calidad. Por lo demás, el comercio de baja literatura es tan activo en el planeta, que asistimos a un fenómeno peculiar: las editoriales propalan millonarias ediciones de la última obra de un autor, aun cuando ya no se encuentren en librerías sus libros anteriores, pues han sido descartados al cabo de pocos años. Ya son papel sin valor, como la moneda falsa.


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Patricia del Río - entrevista completa

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