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Columna Augusto Rey
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El 24 en la tarde los miembros de la Comisión de Economía debían revisar la ley agraria, pero la sesión no ocurrió por falta de quórum: aunque solo tenían que conectarse virtualmente, 7 de los 14 legisladores no aparecieron. Mientras tanto, miles de trabajadores agrarios quedaban sin respuestas, el bloqueo de vías se mantenía, y espárragos y uvas esperaban su trasladado al puerto del Callao. La agroexportación, con todo el potencial que tiene para el desarrollo, vio cómo la crisis se alargaba por la desidia, mediocridad y holgazanería de un puñado de congresistas que tomaron el 24 con imperdonable calma.
Ser legislador no es una chambita cualquiera, sino una responsabilidad que exige un compromiso 24 horas 7 días a la semana. Es una posibilidad sin igual para servir, y un cargo público que cuenta con todas las condiciones materiales para representar, legislar y fiscalizar de forma efectiva y resultados concretos. Pero todo esto hoy se ha desvirtuado, y la labor del congresista se entiende como un premio, aunque ni queda claro a qué. No faltan quienes la asumen como un privilegio merecido, donde es suficiente con mandar unos cuantos tuits al día con una opinión muchas veces desinformada para cumplir.
El desplante de la Comisión de Economía el 24 ocurre continuamente en otros ámbitos de la función legislativa. En parte esto se explica porque mucho de los que ganan una curul llegan ahí sin ningún compromiso previo con los asuntos públicos, gracias al arrastre de otros o los cientos de miles de soles que invierten en publicidad. La consecuencia es que no representan a nadie y nadie los fiscaliza. Y, sin reelección, han perdido un incentivo central.
Ahora que las listas al Congreso ya están listas, los candidatos deberían preguntarse para qué quieren ser congresistas y nosotros, los electores, identificar a los aventureros que creen que el trabajo termina el día de la juramentación.
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