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Augusto Rey: 486
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Sería improductivo celebrar un año más de la fundación española de Lima sin pensar cómo sus actuales prioridades y falencias han agravado las consecuencias de la pandemia: asuntos como el transporte público caótico y desregulado, la convivencia hacinada de un sinnúmero de familias, la falta de acceso a agua y desagüe o los insuficientes espacios públicos son un asunto de vida o muerte. Aunque siempre lo fueron, ahora es más evidente que antes. Quien vive en la precariedad, que en Lima llega en clave de miseria, está mucho más expuesto al virus y, por lo tanto, a la desgracia.
Lima es una ciudad complejamente injusta. Megadesigual y profundamente fragmentada, donde pareciera que sus habitantes solo estamos hermanados por el cielo gris, el tráfico y, como escribe el historiador Pablo Ignacio Chicón, las pocas huacas que siguen de pie salpicadas por todos lados.
El aniversario 486 de Lima llega con una gestión metropolitana sin planes ni ideas. Las gestiones pasadas de Villarán y Castañeda, que conocí de cerca como funcionario, primero, y regidor, después, dentro de sus problemas y estilos distintos, tenían más carácter. La verdad es que el actual alcalde limeño es tratado con una docilidad que ninguno de sus dos antecesores tuvo y que ha generado que en los últimos años no haya pasado algo relevante para que la ciudad intente responder a la infinidad de necesidades insatisfechas. El municipio de Lima ya es demasiado enclenque, desfinanciando y desdentado como para aguantar que quien lo dirija refuerce esas debilidades.
Pero no solo se trata de gestiones municipales, sino de nosotros mismos. Los limeños tenemos que reconciliarnos con una ciudad que, en sus injusticias, es el lugar donde vivimos. Lima no solo será mejor con mejores políticas de inclusión y más inversión. Necesita de gente que la cuide dispuesta a exigir su derecho a una mejor ciudad. Esa sería la mejor celebración.
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