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Nos apagaron la luz, pero…
“Esa fortaleza del venezolano que logra el prodigio divino de transmutar en segundos la desesperanza en esperanza”.
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Nunca olvidaré esta Navidad de 2017 en Venezuela. Con la tristeza a flor de piel. Con el silencio en el alma.
Cuando usted lea esta columna, el almanaque marcará 24 de diciembre de 2017. Los que vivimos en Venezuela sentimos cómo nos enterraron estos días. El comunismo nos apagó la luz. Aquellas luces multicolores, aquellos pinos de Navidad, el pesebre. En las calles, todos nos confundíamos comprando los ingredientes para la mesa típica de estos días: nuestras hallacas, la ensalada de gallina, la torta negra, el pan de jamón, el jamón planchado acaramelado con ruedas de piña, el ponche crema, y la “cañita”, para que no faltara algo picoso en las celebraciones con familias y amigos.
Los paquetes de regalos de Navidad y del Niño Jesús desfilaban al ritmo de nuestra música navideña, en manos de ricos y pobres, con una sonrisa en el rostro que reflejaba esa alegría que hemos llevado tatuada los que nacimos aquí y los que un día se quedaron y se hicieron y se sienten venezolanos, incluso tanto o más que los que nacimos aquí.
Hoy, solo se oye el silencio, porque la alegría quedó almacenada en un espacio de luz en el corazón del pueblo, porque esa alegría hará de nuevo explosión cuando termine de pasar la coleta del ciclón que arrasó con todo.
Pero no pudo destruir nuestra fortaleza, nuestra fe, nuestras riquezas que guardamos en cada molécula de nuestro ser y en cada molécula de nuestra amada Tierra de Gracia. Esa fortaleza del venezolano que logra el prodigio divino de transmutar en segundos la desesperanza en esperanza. Esa será la luz que nos ilumine en esta Navidad de 2017.
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