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¡Aleluya Michiquillay, estamos salvados!
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Me preocupa el derroche de optimismo de los economistas frente a la adjudicación del proyecto minero Michiquillay, situado en La Encañada, Cajamarca, área donde se encuentran otros proyectos paralizados por presión comunal. La inversión que se generará será de US$2,000 millones y esto sin duda puede causar mucha expectativa, pero no nos engañemos, si queremos que la minería triunfe en el país, tenemos que desmitificar la idea de que la minería es desarrollo para todos. Si así lo fuera, Cajamarca sería hoy la región con mejor calidad de vida del país y no lo es.
Cajamarca tiene más del 20% del valor total de los proyectos mineros del país. Su aporte equivale al 5% del PBI nacional. Entonces, cómo esta es una de las regiones más pobres y con indicadores sociales vergonzosos.
Esto no me convierte en antiminera, ojo. La minería es una oportunidad para el desarrollo local, pero para ello no basta con lo que la operación puede ofrecer, por sí misma, sino con otras estrategias articuladas para mejorar la calidad de vida del entorno.
Uno de los acuerdos es emplear a la gente de la zona como dependientes y como proveedores. En La Encañada, la incidencia de pobreza es del 76%; en Michiquillay, más del 80% no tienen conexión de agua potable. Uno de cada dos niños está desnutrido. ¿Creen que La Encañada tiene gente competitiva y atractiva para los cuadros laborales de Southern? Los acuerdos con la comunidad de Michiquillay son tan ambiguos como peligrosos. La empresa tiene que interiorizar las lecciones aprendidas de su propia gestión social y de lo sucedido en Cajamarca. No nos engañemos. Si creemos que el desarrollo viene por sí solo, estamos perdidos y la empresa lo estará también.
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