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A patadas en el suelo
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La política peruana tiene un talento excepcional para decepcionarte, tirarte al suelo y, mientras sigues ahí tendido, agarrarte a patadas. Somos un país que se va derrumbando de a pocos, de frustración en frustración. ¿Cómo no va a ser difícil mantenerse firme en la idea de que en la política se puede encontrar la solución de nuestros problemas cuando muchos de ellos existen justamente por la política y sus operadores?
El escándalo de las vacunas, en particular, cae sobre nuestras espaldas como una traición. Somos millones los que la semana pasada seguimos fascinados la ruta de los aviones que viajaron hacia Perú con 300 mil vacunas, primero, y 700 mil, después, y celebramos a los primeros médicos vacunados, para luego enterarnos de que Vizcarra, su esposa y su hermano, además de altos funcionarios, ya se habían vacunado hace meses a hurtadillas. ¿Por qué no lo informaron? Era posible argumentar que vacunar por adelantado a ciertos funcionarios expuestos al virus era razonable, pero es injustificable haberlo hecho en secreto mientras cientos morían cada 24 horas y otros miles arriesgaban su vida en primera línea día tras día. Para poner las cosas en perspectiva: con esas 2,000 dosis regaladas se pudo vacunar a 1,000 médicos, donde entre los beneficiados seguro se hubiese encontrado uno de los casi 300 médicos que han fallecido por COVID.
Pero aquí se tiene que separar la paja del trigo: las mentiras y posibles delitos de Vizcarra, y la vacunación clandestina de altos funcionarios, no legítima a Merino y los 105 vacadores, quienes en la traición buscan cosechar a manos llenas. No se equivoquen: la traición de Vizcarra no los adecenta ni justifica. Tampoco invalida a los jóvenes que tomaron las calles en noviembre y que en su mayoría no lo hicieron por Vizcarra, sino para frenar a quienes pretendían ingresar a Palacio de Gobierno a las patadas y por la puerta trasera.
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