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[Opinión] César Luna Victoria: “No una, sino muchas madres”

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Los antiguos, entre el huevo o la gallina, resolvieron que lo primero era la madre. Los científicos, en cambio, sostienen que lo primero fue un cataclismo. La hipótesis es que todo lo que existía al principio estaba comprimido en un núcleo. Fue el Big Bang, una explosión cósmica, la que lo destrozó y lanzó sus pedazos al espacio, que, con el tiempo, se convirtieron en estrellas, satélites, planetas y galaxias. Los antiguos sospechaban que algo así habría ocurrido, pero, sin tanta exquisitez científica y con la sabiduría de las religiones populares, establecieron que el principio fue un acto divino. Solo que en la mitología universal ese dios es mujer y se llama Gaia o Gea en griego, o Terra en latín. Fue la primera diosa, antes que existieran los demás. Los romanos, con más solemnidad, la llamaron Tellus Mater o Madre Tierra; en esta parte del mundo, los quechuas la llamaron igual, Mama Pacha. Desde entonces, lo de madre se agrega para elevar a grado superlativo: madre Naturaleza, madre Patria o la madre de todas las guerras.
Que una madre convertida en diosa fuese la creadora del mundo se explica porque es el origen de la vida. Las primeras obras de arte fueron dedicadas a ella. Allí están la Venus de Hohle Fels de hace 40,000 años o la más famosa y joven Venus de Willendorf de hace 30,000 años. Esas primeras Venus no eran desnudos esculturales. Eran figuras de mujeres regordetas, de senos enormes y vientres a punto de explotar. Mujer y diosa era, sobre todo, madre fértil. Ese papel de parturienta ha sido superado en la historia. El imperio romano nació con la loba, madre al fin, alimentando a los fundadores Rómulo y Remo. En la primera revolución francesa, la libertad se representa en mujer, pero no se sabe si es madre. Será poco después que Daumier la dibujara amamantando a dos niños, como alegoría de Rómulo y Remo; y, Delacroix, para una segunda revolución, la pinta guiando al pueblo, con bandera y fusil, a pecho desnudo, para que no haya duda de que también es madre.
Por aquí, hace 1,700 años, la Señora de Cao, reina de Moche, moría por dar a luz. Se sabe por las estrías que conserva su cuerpo momificado. María Parado Jayo es nuestra primera mártir, asesinada por no delatar las acciones de su hijo por la independencia. Otras mujeres, desde programas como el Vaso de Leche o los comedores populares, vencieron el hambre de la gente durante las hiperinflaciones, sin miedo al terrorismo; o, en estos días, cruzan arenales, trepan cerros, viajan en burros y canoas para vacunar. La madre, al hecho sublime de dar la vida, le ha agregado esa lucha por ganarla cada día, sin hambre, sin enfermedades, en libertad. Ese amor de madre también lo dan las tías, madrinas, enfermeras, maestras y, cerrando con honores, las amas que cuidan hijos ajenos como propios y los hombres que hacen de madres. Eso da sabiduría como nada, porque cuando todo parece perdido y no se sabe qué hacer, el corazón lo dicta todo y el amor lo puede todo. Regresemos a las madres, de sangre y de cariño, vivas o muertas, para agradecerles, pero, sobre todo, para escucharlas en estos tiempos malos. Sabrán qué decirnos, para mejor. ¡Feliz día, madre! …y gracias.
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