A las 4:30 p.m. del 13 de septiembre de 1848 hubo una explosión. Phineas Gage con una barra compactaba explosivos que había metido en el agujero de una roca para dinamitarla, haciendo campo para la línea del ferrocarril de Nueva Inglaterra. La barra salió disparada, le entró por la mejilla izquierda, pasó por detrás del ojo, le atravesó el cerebro y sobresalió por la cabeza. El accidente no lo mató, le dieron de alta y siguió trabajando. Solía tomarse fotografías con la barra. Murió 12 años después, por otras causas. Lo recuerdan como un capataz responsable y ponderado; pero, luego del accidente, fue irreverente e impaciente; tenía un alma tranquila, luego la tuvo desequilibrada. El caso Gage permitió al doctor John Martyn Harlow proponer la tesis de que el cerebro no es homogéneo, sino que tiene una parte encargada de la emoción, otra del pensamiento y una tercera que las conecta. La barra había roto ese puente, Gage fue incapaz de conectar sentimiento con pensamiento. Esa fue su verdadera desgracia. El cráneo de Gage y la barra se conservan en el Museo de la Medicina de la Universidad de Harvard.
Equilibrar sentimientos con pensamientos es la clave. Pero a veces no hace falta una barra que rompa el puente entre ellos; sucede cuando tratamos con más pasión lo que se debe tratar con más entendimiento, o viceversa. Sucedió, por ejemplo, en 2015 con Aylan Kurdi, sirio, de apenas tres años, pantaloncito azul, polito rojo. Recostado sobre la arena en una playa en Turquía parecía dormir, pero estaba muerto, ahogado en el intento de su familia de cruzar el Mediterráneo, huyendo de la guerra de los fundamentalistas islámicos (ISIS). La fotografía conmovió a todo el mundo; fue la foto del año, también la más inútil. Nada cambiaría para los refugiados de la guerra. La pasión sirvió para remover conciencias, pero no fue suficiente para aprobar políticas de inmigración ni para aportar presupuestos de ayuda.
Con las elecciones pasa lo mismo. En 2016 Donald Trump convocó a la pasión con su eslogan Make America Great Again. En cambio, su rival Hillary Clinton proponía planes y programas. Al final, Trump ganó por los estados rurales. Allí se concentraba una clase media empobrecida por desempleo, usualmente blanca. Para ellos, Trump era el retorno del sueño americano. Ahora, en 2024, las estrategias se han invertido. Trump lanza cifras de lo bien que fue la economía durante su gobierno y de lo mal que está yendo Joe Biden y su vicepresidenta Kamala Harris. Trump desinforma, manipula cifras que no son comparables, de por medio ha habido una pandemia, y muchos sobrecostos que sufrió Biden se deben a las improvisaciones del gobierno de Trump. Pero Kamala no le contesta con argumentos, evita involucrarse en una discusión que la vincule con la sensación negativa que deja Biden. Le contesta con sentimiento, se apropia del eslogan de Trump y propone también una América grande, pero no solo para blancos, sino para todos. Tanto que Kamala no ha querido utilizar el ser mujer, de color y migrante para atraer votos. Los problemas judiciales de Trump, su falta de ética y de respeto a las formas democráticas parecen importar solo a un pequeño electorado sofisticado. Así que las elecciones se definirán por emociones. Si fuesen hoy, Kamala ganaría por muy poco, casi un empate técnico. Si pierde Trump en esas condiciones, alegará fraude como en 2020 y habrá más división.
En el Perú, desde 2011 las elecciones no han sido definidas por el voto a un candidato (Humala, Kuczynski, Castillo), sino por el voto contra otro (Keiko Fujimori). ¿Cambiaremos el odio por la unión? Difícil en un archipiélago de intereses con egoísmo. Será posible cuando se comprenda que las injusticias y las necesidades que sufren gran parte de los peruanos no son sus problemas, sino que nos afectan a todos. Será esa solidaridad por las urgencias de los demás la que despierte, ojalá, esa pasión que gane unas elecciones por la unión. Pero allí no acabará la cosa: desde ahora se deben ir elaborando planes de gobierno para beneficio de todos, porque las elecciones se ganan con pasiones, pero se gobierna con ideas y programas. Si eso se logra, queda preocuparnos porque no exista una barra tipo Gage que desconecte sentimientos con pensamientos.