"Hasta hace poco, sacar documentos en el país era de lo más moderno. Pero anularon una compra para ver si obtenían alguito más de coima y, ya lo ve, no habrá nuevos pasaportes hasta dentro un buen tiempo". (Foto: Andina)
"Hasta hace poco, sacar documentos en el país era de lo más moderno. Pero anularon una compra para ver si obtenían alguito más de coima y, ya lo ve, no habrá nuevos pasaportes hasta dentro un buen tiempo". (Foto: Andina)

Gavin Elster mató a su esposa Madeleine y quiso ocultar el crimen. Contrata a Judy Barton para sustituir a Madeleine y pide al detective Scottie Ferguson que la siga. Mientras recorren las calles de San Francisco, Scottie se enamora de Madeleine, o de Judy haciendo de Madeleine. La historia tiene dos finales.

En los dos, Judy sube al campanario de un monasterio y Scottie la persigue. En el primero, Scottie ve que cae desde lo alto, pero no era Judy haciendo de Madeleine, sino el cadáver de la verdadera Madeleine, arrojado por su esposo para que Scottie lo creyese un suicidio. Ese había sido el plan. Ahora Scottie anda deprimido, pero se topa nuevamente con Judy, que ya no lleva el cabello rubio como Madeleine, sino castaño. Le pide que lo cambie. Se enamora otra vez, de Judy o de Madeleine. Pero un detalle suelto le hace sospechar. Mientras suben por segunda vez el campanario, Judy confiesa. Le dice también que lo ama, que no es cómplice del asesinato y que calle para que vivan felices. Sin embargo, otro detalle hará que Judy trastabille y caiga desde lo alto, como la verdadera Madeleine del primer final. Nos lo cuenta Alfred Hitchcock en Vértigo, una de sus mejores películas. A Hitchcock le gustaba ese contrapunto: el espectador sabía lo que estaba ocurriendo pero el actor no. El suspenso es esa angustia de los que saben lo que puede pasar y, al mismo tiempo, no saben si los actores harán lo que deben hacer para salir bien.

Andamos metidos en un suspenso político de los grandes. Sabemos que no habrá expropiaciones ni impuestos a la herencia, que la reforma agraria es solo propaganda para mayores subsidios, que no habrá empresas públicas ni controles de precios, que no nos van a quitar nuestros dólares y que, aunque lo pregonen, tampoco habrá Constituyente porque no tienen los votos. Ahora las desgracias llegan a la vida cotidiana.

Hasta hace poco, sacar documentos en el país era de lo más moderno. Pero anularon una compra para ver si obtenían alguito más de coima y, ya lo ve, no habrá nuevos pasaportes hasta dentro un buen tiempo. Éramos la estrellita del mundo en vacunación. Se dispuso un refuerzo de Moderna contra el COVID y, por negligencias sin excusa, nos metieron en el cuerpo el doble de dosis. Consecuencias colaterales por verse. No es ideología, no es economía, no es derecha ni de izquierda, ni comunista ni liberal, es ineficiencia pura, que cuesta muchísimo más plata que toda la corrupción junta.

Haga cuentas y agregue el riesgo de no poder viajar, de enfermar o morir. Tocamos fondo. Un Marx bueno, Groucho Marx, dijo que la política era el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Pues como si hablara de nosotros. Pero hay solución, un proyecto de ley propone que se vayan todos, adelantar elecciones y tener un cambio total de gobierno a julio de 2023. Esta vez no podemos seguir siendo espectadores pasivos y angustiados. Debemos convertirnos en actores para construir nuestra propia historia. No queda otra, porque si no se supera el suspenso, luego viene el terror, preguntar a Hitchcock. Esta vez lo haremos bien, porque hemos aprendido, ¿verdad?