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Los retos que debe afrontar Francisco

Entre ellos se encuentra la reforma de la curia, los casos de clérigos pederastas, el celibato sacerdotal y una mayor presencia de la mujer en las instituciones de la Iglesia.

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(AP)
Fecha Actualización
El Papa Francisco tiene que afrontar importantes retos dentro de la Iglesia, como son una mayor colegialidad, la reforma de la curia, para hacerla más eficaz y transparente, y potenciar la nueva evangelización en un mundo cada vez secularizado.

El pontífice debe proseguir con el desarrollo del Concilio Vaticano II, que no está agotado, y potenciar el ecumenismo en aras de la unidad de los cristianos.

Debe afrontar, asimismo, los casos de clérigos pederastas, siguiendo las líneas de tolerancia cero adoptada por Benedicto XVI, la escasez de vocaciones, el celibato sacerdotal, una mayor presencia de la mujer en las instituciones de la Iglesia y la mejora de las relaciones con el Islam y, sobre todo, con los judíos.

En un mundo cada vez más secularizado, donde la religión, como denunció en numerosas ocasiones el Papa emérito, se pretende relegar al ámbito privado, el 266 sucesor de San Pedro tiene que trazar las líneas para recuperar ese espacio y contar con una mayor participación laica.

La descristianización de Occidente, sobre todo de Europa, llevó a Benedicto XVI a crear un dicasterio para la Nueva Evangelización y para ello convocó una junta de obispos.

Francisco debe canalizar las propuestas de los prelados, entre ellas una catequesis adecuada y el uso de nuevos lenguajes para mostrar a Cristo.

Con los judíos las relaciones se deterioraron tras la decisión de Benedicto XVI de revocar la excomunión al obispo que niega el Holocausto judío, tras declarar "Venerable" —primer paso a la santidad— a Pío XII, al que acusan de haber callado ante ese hecho, y la recuperación de la plegaria del Viernes Santo en la que se pedía, antes del Concilio Vaticano, la "conversión" de los judíos.

Además, el Papa Francisco debe proseguir, por expreso deseo de Benedicto XVI, las negociaciones con los lefebvrianos, que desataron un cisma en 1988, al ordenar a cuatro obispos sin el permiso del pontífice y que no reconocen el Concilio Vaticano II.