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Alfredo Mires, gestor cultural y editor: “Me atrevería a afirmar que en el campo se lee más que en la ciudad”

Lidera la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca y esta semana recibirá el Premio Casa de la Literatura Peruana. Perú21 entrevistó a Alfredo Mires.

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Alfredo Mires, sentado a la izquierda, lidera la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca.
Fecha Actualización
Aquel día salió a las 5 de la mañana de la comunidad en medio de una feroz lluvia. A Celendín llegó a las 7:30 de la noche bajo el mismo aguacero; había pasado unas semanas desde que se levantó de la cama tras recuperarse de una neumonía. Volvía de una ruta de dos semanas caminando, con una mochila desbordada en libros que iba dejando entre las comunidades más profundas de Cajamarca, cuando no había carretera y todo se hacía a pie. Alfredo Mires lleva más de 40 años en la creación y gestión de libros para bibliotecas rurales.
En Zaña, Lambayeque, donde vivía, tenían un grupo electrógeno que daba electricidad cuando podía; y si ocurría, operaba tres horas, por la noche. Un pueblo de agricultores. Alfredo tenía 15 años, eran tiempos de escasa información y creó un boletín artesanal, que llegó a imprimir 100 ejemplares y tenía un costo de 50 céntimos. Sus páginas contenían desde poesía hasta reflexiones de actualidad. Así conoció, en un encuentro de prensa popular, al sacerdote Juan Medcalf, fundador de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca. Años más tarde dejó el Perú y dejó en manos de Mires la red. Inagotable y ejemplar labor que este viernes 11 recibirá el Premio Casa de la Literatura Peruana por la “visión renovadora del libro, la lectura y la literatura”. Red que sostiene unas 400 bibliotecas; más del 60% de los libros son producidos por la red desde la tradición oral y los cuentos regionales, y ya son más de 200 los títulos publicados.
La abuela materna, analfabeta, tuvo 17 hijos y nunca faltaron los libros en casa. Esa convicción se heredó. De padres campesinos que no culminaron el colegio, pero lectores empedernidos, siempre le leyeron un cuento antes de dormir. “¿Tú crees que es un vicio leer?”, le preguntó su madre alguna vez. “Estamos convencidos de esta potencia de la lectura para consolidarnos como personas y comunidad”, me dice Alfredo Mires desde Cajamarca. Su voz es grave, cálida y serena.
-¿Cómo le ha tocado a la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca afrontar la pandemia?
Ha sido bastante difícil. El primer síntoma para nosotros es extrañarnos porque la relación como organización está signada por el sentido más familiar y comunitario que por una mera relación institucional; entonces, no podemos encontrarnos, conversar, caminar juntos, trabajar en la chacra, ayudarnos. Pero también nos ha golpeado porque al cerrarse las escuelas, de alguna forma se impidió que los niños pudieran asistir a las bibliotecas, aunque muchos otros niños han ido a las bibliotecas para poder de alguna forma reemplazar la carencia de los estudios.
-¿Cómo opera la red?
Lo primero que hay que quitarse de la imaginación es la presencia de un edificio especial con estantes llenos de libros. Somos una organización que se autosostiene, entonces el sistema está ligado a las formas como ocurren los canjes de los productos de las chacras: los libros se canjean. Uno llega a una biblioteca y es la casa de una familia campesina elegida por la comunidad; recibe un lote promedio de 60 libros y los ponen en su alforjita, una caja o le hacen un estantito y ahí funciona, y a medida que van leyendo se van canjeando con los libros de otra comunidad; y cuando terminan de girar los libros, el coordinador los trae y a la vez lleva otros libros para seguir con los canjes.
-En la ciudad se dice que no se lee y se pensaría que en el campo esta situación es más crítica.
Casi me atrevería a afirmar que en el campo se lee más que en la ciudad, porque me temo que en las ciudades empieza a perderse, si no se perdió ya hace tiempo, esta búsqueda de alternativas reales para poder aprender y cultivarse. El libro sigue siendo una tecnología extraordinaria, de manera que su presencia en el campo tiene un respeto, una consideración. El libro no demanda una conexión eléctrica, es fácil de cargar, en cualquier rato se puede reunir a la gente y leer un libro. Además de eso, hay una especie de búsqueda constante de los contenidos y significados, así es que un libro difícilmente pasa de moda.
-¿Las comunidades solicitan la biblioteca o la red la propone?
Desde hace casi 40 años nosotros no formamos bibliotecas. Es una opción que tomamos ligada a la decisión soberana de la comunidad, porque cuando la propuesta suele ser impuesta en las comunidades, la verdad es que dura muy poco. La seducción tiene que venir de la propia decisión de la gente, incluso como una prueba. Vamos donde nos llaman.
-¿Cuántas bibliotecas operan?
Ha habido momentos con 750 a 800 bibliotecas funcionando. Hoy están en un promedio de 400, de ellas unas 10 están en La Libertad, una en Chiclayo y otra en Amazonas. Somos voluntarios, no tenemos unidades móviles, no tenemos presupuestos ni salarios; entonces, hay que moverse y la mayoría de bibliotecas están bastante retiradas, para algunas demoramos casi dos días de viaje en bus y después caminar durante un día, 9 a 12 horas hasta llegar a un centro desde el cual nos distribuimos a las comunidades.
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-Y cuando llega a la comunidad con los libros al hombro, ¿de qué forma lo reciben?
En algunos casos hay extrañeza: “qué es esto de los libros”. Lo más extraordinario para nosotros es que, por lo general, los que más se emocionan son los analfabetos, los que nunca han podido ir a la escuela, porque descubren la posibilidad de tener el libro en sus casas y que el nieto, el hijo o el hermano pueda ser su maestro; es extraordinario.
-Estaría más cómodo en su casa, leyendo un libro. ¿Por qué lo hace, Alfredo?
Tenemos un país extraordinario, en el que más del 70% de la población sigue siendo campesina y en la que nosotros creemos está la reserva ética de este país, en la medida que también produce para sustentar el país, capacidad productiva que se refleja en la gastronomía que tanto se halaga del Perú; entonces, todo lo que hagamos siempre será poco. Que no lo hagamos y que aspiremos a mirar solo afuera y no hacia adentro sería vergonzoso. Siempre será poco lo que podamos hacer por nuestros hermanos, que al final es también hacerlo por nosotros, como una forma de construirnos, de no dejarnos arrastrar por el individualismo y el consumismo. Nos anima mucho lo que hacemos y en eso encontramos nuestra vida.
-¿Qué lo sostiene en esta aventura, que ya lleva décadas?
El convencimiento de que no estamos en un camino equivocado, que lo podemos ver en las comunidades, en los niños y niñas que pueden mostrar su respeto a su comunidad, a su cultura. En algunas ocasiones cuando hemos dicho: “bueno, si no funciona la biblioteca tenemos que sacarla de aquí”, hay una brega de la comunidad para decir: “no, esta semilla no hay que perderla”. Si bien los nuevos medios y las nuevas tecnologías reúnen una serie de ventajas, no necesariamente cultivan esta intimidad que deviene en formas reales de organización, de respeto y consideración a la tierra. En un contexto de crisis tan serias de nivel sanitario, climático, ambiental, humano, ético tenemos que estar muy preocupados por qué hacer para que esta debacle casi de especie no nos traiga abajo. Sí creemos que este camino humilde reúne las posibilidades de evitar el acabose que vemos cada vez más galopante en nuestra sociedad.
-¿Cuál es el poder del libro?
Creo que el principal es de juntarnos, de reunirnos. Y más aún, cuando el libro puede ser una especie de espejo donde podemos vernos reflejados. Eso se logra, en gran medida, cuando el libro puede emerger de nuestras propias fuentes. Reencontrarnos y juntarnos es una catapulta, un estímulo extraordinario para seguir viviendo.
-Y deduzco que es un estímulo recibir el Premio Casa de la Literatura Peruana.
Nunca en toda esta andadura esperamos reconocimientos. Pero tiene un significado muy importante por la forma cómo se ha dado, por el valor humano de los miembros de la casa, las conversas tan gratas y hondas. El solo hecho de conocernos y reconocernos es el premio en el fondo.

AUTOFICHA
- “Soy Alfredo Mires Ortiz, tengo 60 años, nací en La Libertad. La verdad es que nunca viví en La Libertad, estuvimos solo unos días, viajamos más al norte y después de unos años nos instalamos en Zaña (Lambayeque), pero en Cajamarca ya tengo más de 40 años”.
- “Para evitarme confusiones puedo decirme cajamarquino (ríe). Después del colegio, estuve con mis padres trabajando en la chacra; luego me fui a Cajamarca a estudiar Educación, pero me retiré y posteriormente estudié Antropología en la Universidad Salesiana de Quito”.
- “En la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca en los últimos años abrimos la posibilidad de generar otros tipos de bibliotecas, además de la clásica, que es generar bibliotecas por solicitud de las instituciones educativas y eso sigue creciendo. Estamos abriéndonos a otras tipologías de bibliotecas”.

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