La primera y la última de Lionel Messi en Lima, por Pablo Vilcachagua
La primera y la última de Lionel Messi en Lima, por Pablo Vilcachagua

Domingo 4 febrero 1996.

En la foto aparecen cinco muchachos, pero solo cuatro mantienen poses que el fútbol manda (coger el balón en cuclillas, mano a la cintura, mirada desafiante al horizonte o brazos en el cuello del compañero). En cambio, uno, el más pequeñito y flaco, parece no ser deportista. La camiseta enorme de que tapa sus brazos parece delatarlo, pero más aún la tranquilidad de su mirada. La frescura de los nueve años. Pero no se deje engañar, el niño de la mirada tierna es en realidad un diablo. Acaba de meter tres goles al mejor equipo de Cantolao en el partido final de la Copa de la Amistad Categoría 87. Fue la primera vez que visitó el Perú en una mañana que sus rivales – adultos ahora— recuerdan como si hubiese sido ayer. Lo impensado: una derrota que nadie quiere olvidar.

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El que abraza a Messi es Pichicho, un agresivo volante, tan incansable como pericotero. Titular indiscutible en este equipo dirigido por el profesor Carlos Castro. En la foto, Pichicho sale sonriente a pesar del resultado. Unos minutos antes, cuando sonó el pitazo final del partido, se había derrumbado en medio de la polvorienta cancha, desconsolado por el 7-1 en contra. Leo Messi, dejando a sus compañeros en plena celebración, corrió a levantar al peruano, abrazarlo, como muestra el único registro en video de aquel día (puede ver el video suscribiéndose al Epaper de Perú21: ). Noble gesto de capitán a capitán, de diez a diez.

Equipo Cantolao Cat. 87 que jugó la final de la Copa. (P21)
Equipo Cantolao Cat. 87 que jugó la final de la Copa. (P21)

El segundo jugador del Cantolao que aparece en la foto es Nilton Altamirano, el 5 del equipo. Aparece serio, medio molesto, quizás porque hizo lo imposible por parar a Leo en los dos tiempos de 15 minutos que duró el partido. Fue imposible. Messi se las arregló para sortear las patadas y el agresivo marcaje. El video del partido sería un calco de sus hazañas más memorables que años más tarde haría en el Barcelona. Toquecito por aquí, por allá, regate, velocidad y disparo con la zurda. Solo que varios años y músculos menos. Cuentan que incluso el niño Leo jugó ese partido con el estómago aún resentido por haber comido pollo a la brasa un día antes. Ni la comida peruana pudo con él.

JUGUÉ CONTRA MESSI

Desde Basilea, en la fría Suiza, Nilton recuerda a Messi sobre el Complejo Deportivo Cantolao haciendo dominaditas luego de cada partido. El petiso rubio controlando un balón más grande que su cabeza llamaba la atención en cada fecha de la Copa de la Amistad 96. Una suerte de malabarista de 10 años que había llegado desde su tierra como la figura indiscutible de las inferiores de Ñuls. La familia Méndez, que la acogió en Lima, dice que de su maleta, entre camisetas y pantalones, también trajo un balón. A Nilton, que lo sufrió en el campo, le impresionó su rapidez y destreza para zafarse de las patadas. “Siempre tranquilo, siempre callado. Nosotros, en nuestra malicia de niño, queríamos ir a la mala, pero no podíamos”, reconoce sobre aquella memorable final.

POSTALES. (Izquierda) El portero Sandro Espinoza junto a Leo. (Derecha). Timoteo con el mejor de Ñuls.
POSTALES. (Izquierda) El portero Sandro Espinoza junto a Leo. (Derecha). Timoteo con el mejor de Ñuls.

Junto a Pichicho y Nilton, aquella mañana Cantolao A 87 estuvo conformado por Frank, Alfredo, Ricardo, Sandro, Felipe, Timoteo y Yoshimar. Ninguno lo pudo parar, pero nunca una derrota les había dado tantas alegrías años después.

Por ejemplo, Timoteo Falla también guarda con cariño una foto junto a Lionel Messi. La tomó su padre a segundos de terminar el partido, con las camisetas aún empapadas de sudor. Muchos años después sería su madre quien le diría a su hijo que archivaba una fotografía con el argentino estrella de su país. Timoteo no lo creía, hasta que entre álbumes olvidados halló aquella foto del 4 de febrero de 1996. A miles de kilómetros, precisamente en Alemania, Sandro Espinoza, el portero, también luce una foto con su verdugo. Ambos sonríen, olvidándose del resultado. “Qué más da, mañana será otro día”, parecen pensar mientras miran pícaros a la cámara.

Veintisiete años después de aquella final, Pichicho, Nilton, Timoteo y Sandro, de alguna u otra manera, siguen relacionados con el fútbol. Una sonrisa se les forma al recordar que por media hora jugaron con quien se convertiría en el mejor jugador del mundo. Por esas razones es tan bonito el fútbol, dice Nilton, quien guarda como trofeo el recuerdo y se lo cuenta a su hijo cada vez que ve a Leo por televisión.

Esta noche un Lionel Messi de 36 años enfrentará a la selección peruana en lo que se podría convertir en su último partido como profesional en nuestra tierra. Ya no en las polvorientas canchas de Cantolao, sino en el Estadio Nacional a estadio lleno. El mismo talento, la misma sonrisa. Se cierra un círculo. En el medio, una carrera que lo catapultó a ser el mejor de la historia.

Por Pablo Vilcachagua


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