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Pierre Castro: “El cuento no lo empiezo en el teclado, lo empiezo montando bicicleta”
Es autor de ‘Diario de Domingo’, libro de aventuras en el que un niño de 9 años dice llamarse como el peor día de la semana. Perú21 entrevistó al escritor Pierre Castro.
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Fueron tres meses. Leía, quizás veía películas, de repente lloraba. O a veces solo se quedaba en la cama, “como una lagartija”, dice. Vivía solo, no salía en semanas, afuera empezaba la pandemia y su madre había muerto, ausencia que lo golpeó, sobre todo, tres meses. Ella le enseñó a leer, a escribir, a montar bicicleta, a cocinar y a pintar.
“A partir de que mi mamá muere, tal vez la mamá de Domingo se vuelve más presente en el libro”, me dice sobre el proceso de creación de Diario de Domingo 1. Perdido en la monstruociudad (Xilófono, 2022), el cuarto libro del escritor trujillano Pierre Castro, que, como Domingo, migró del norte a Lima junto con su madre. Es un libro de aventuras ilustrado por él, una suerte de Diario de Greg, en el que su protagonista, un niño de 9 años, asegura que se llama como el peor día de la semana, porque es como la amenaza de lo que vendrá después: el lunes, volver al colegio.
Lleva el cabello largo y suelto. Lo acompaña una bicicleta roja, medio de transporte que usa desde que el doctor le dijo a su madre que el asma de su hijo se podía curar haciendo ejercicio, y así fue. También viene con él su mochila de jean, que se puso de moda entre los escolares de la década del 80, que recuerda a su entrañable libro de cuentos Orientación vocacional (2015), de portada que simula un cuaderno escolar ochentero; en el bolso, entre otras pertenencias, trae Solenoide, la novela del rumano Mircea Cartarescu. Es lunes y está sentado en una banca de la Plaza de Barranco, y también lleva aquella sonrisa de niño travieso y, a la vez, tímido.
-¿El lunes no es el peor día de la semana?
El domingo, cuando yo era niño, me angustiaba mucho. Esa sensación de la anticipación, los nervios, lo que va a venir. También me angustiaba porque tenía que escoger con quién estar: con mi papá o mi mamá, que estaban separados, lo que me producía la sensación de que algo se había roto. Cuando se separaron, con mi mamá nos vinimos a Lima. Por eso también me gustó que Domingo fuera un migrante. Al principio, no sabía si los papás de Domingo iban a estar separados, pero luego el papá ha muerto cuando él es pequeño. Justo estaba leyendo Días de infancia de Máximo Gorki y en el primer capítulo se le muere el papá, y eso al chibolo le da una mirada diferente del mundo; lo hace más reflexivo. Y yo quería que Domingo pensara. Cuando era profesor y mandaba a leer a mis alumnos El guardián entre el centeno (de J. D. Salinger), algunos me decían que no les había gustado, porque Holden (el protagonista) pensaba mucho. Les gustan los libros donde pasan cosas, más que este monólogo interior que yo disfruto mucho.
-Se relaciona el pensar con el detenerse.
Una mamá me escribió porque su hijo había leído Diario de Domingo; le había dicho que nunca pensó que un libro pudiera hacerlo reír. Eso me pareció alucinante. Se tiene la visión de que el libro es un objeto para hacer tareas; cualquier cosa puede ser el libro, menos divertido. Entonces, haberse reído con el libro le pareció algo revolucionario y eso me pareció lindo.
-Pero este libro también puede ser para grandes, ¿no?
Claro. Lo escribí para que a mí también me divirtiera. Me gusta eso que dicen en Pixar: “No hacemos películas para niños o grandes; hacemos películas para ese rincón impoluto que todos tenemos dentro”. Viví con el libro tres años (en su creación), tenía que gustarme.
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-¿La separación de tus padres cómo te afectó?
Fue una separación lenta. De repente era difícil en ese momento en una ciudad pequeña (como Talara). De repente por eso mi mamá decidió venir a Lima. Ahora estoy de acuerdo con lo que pasó: hoy día llegó la esposa de mi papá y me encanta ver a mi papá feliz otra vez; y también me encantó ver que mi mamá tuvo otra historia, que me dio a mis dos hermanos menores. Pero en ese momento no lo entendí, el mundo se me resquebrajó, lo odiaba, estaba muy triste. El psicólogo me decía: “Tienes que estar contento; ahora tienes dos casas”. Y yo quería pegarle (risas), me parecía que se estaba burlando de mí.
-¿En medio de esa tensión familiar hubo espacio para empezar en la literatura?
Pienso que no me inicié tanto con las historias escritas, sino como narrador oral. Yo iba al colegio y contaba chistes, eso era influencia de mi papá. En las casas de mis abuelas siempre hubo grandes bibliotecas. Y mi mamá era una gran lectora, ella me contaba que durante su embarazo solo leía y decía que de repente por eso me gusta leer... Hace poco leí una columna que decía que los mejores profesores ahora están en las universidades, pero en realidad los mejores profesores deberían estar en la primera infancia porque es el momento en el que entra el formato de tu personalidad, tu capacidad de ser amable, ser empático, de querer aprender, de ser curioso.
-En el libro hay una escena muy conmovedora, donde la madre de Domingo dice que todos necesitamos un lugar para escondernos del mundo. Y dibujas un libro abierto pero como carpa y, para entrar en él, hay que leerlo.
Antes, y todavía (lo hago), lo primero que pensaba cuando tenía que salir a la calle era “¿qué libro me voy a llevar?”. Incluso, en una época que estaba vulnerable me iba a un matrimonio de un amigo y llevaba un libro en el bolsillo, pese a que sabía que las posibilidades de leer en un matrimonio eran escasas...
-¿Por qué vulnerable?
Digamos que por primera vez te has separado de alguien, sientes que el mundo es un poco hostil, no encontrabas trabajo, estabas solo. En ese momento la soledad no era algo que disfrutaba como ahora. Fue la etapa que empecé a escribir y a escribir mucho como una forma, tal vez, de sentirme menos solo.
-Y te ibas a un matrimonio con un libro.
Esos libros de bolsillo. Estaba siempre con El perseguidor de Cortázar. Era como llevar un amuleto, algo que tenía valor en el mundo.
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-Mientras escribías Diario de Domingo falleció tu madre. ¿Qué hizo menos complicado ese trance?
(Se queda en silencio. Solo se escuchan las conversaciones de los otros clientes del Juanito –bar que mira a la Plaza de Barranco– como si Pierre se hubiera ido). La ficción, los libros que leía.
-Escapar.
Escapar, no estar aquí, sí. No he ido a ver el lugar donde está enterrada, porque yo no sentía que estuviera ahí. Cuando yo me muera, no quiero que vayan a poner algo donde no hay nada; yo quiero que lean mis cuentos.
-En el libro le has hecho su propio santuario.
Sí, ella está ahí, viva.
-¿Qué hace malo a un día?
Una noticia dolorosa, no poder salir en la bici, no reírme, no leer, no tener una sorpresa.
-¿Qué lo hace bueno?
Un encuentro fortuito con un gran amigo, una conversación, el sol, estar frente a esa estatua que es de mis favoritas de Barranco: Se le cae la ropa, se le ve la mitad de las nalgas; me enteré que le dicen ‘La Cantinflas’, será que esta plaza me gusta mucho.
-¿Y qué haces los lunes?
Siempre cambio. Puedo tener clases o sentarme en mi escritorio y empiezo a dibujar algo. El cuento no lo empiezo en el teclado, lo empiezo montando bicicleta. Mi semana no tiene inicio ni fin. El domingo para mí ahora es un día maravilloso, porque el lunes no tengo que ir a trabajar a un lugar que odio. Mi semana es una serpiente que se muerde la cola (ríe)... No sabía que hoy era lunes (vuelve a reír).
AUTOFICHA:
- “Soy Pierre Castro Sandoval. Tengo 43 años. Nací en Trujillo. Estudié Publicidad en la UPC. Pasé un año y medio en Brasil, volví y me metí al centro cultural de la Católica a una escuela de escritura creativa, que duraba un año y medio, que la dirigía Alonso Cueto con Iván Thays”.
- “Diario de Domingo 1 es el cuarto libro que publico. Ya quiero escribir la continuación, pero me he juntado con Claudia Ulloa Donoso, porque Domingo podría tener una amiga que también tenga su diario. Sería lindo que haya una versión femenina”.
- “Uno siempre tiene varios libros en mente, pero se me ha ocurrido la historia de un chico que vive una separación y, en el proceso de vivir esa separación, aprende a cocinar. Uno nunca tiene certezas después de terminar un libro; cada libro es como empezar de cero, hay algo por descubrir”.
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