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José Carlos Yrigoyen: “El clasismo y racismo, así como la masculinidad, nos contaminan desde que nacemos”
José Carlos Yrigoyen es autor de la novela Mejor el fuego.
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En agosto de hace 20 años ya había nacido el escritor. Tenía dos publicaciones en las calles, los poemarios El libro de las moscas (1997) y El libro de las señales (1999). Aquel año había sido parte de la Marcha de los Cuatro Suyos contra Alberto Fujimori, quien renunciaría por fax unos meses después. “Qué lejano suena eso”, dice sobre un recuerdo que lo ayudó a escribir su reciente novela.
La primera versión de este libro llegó hasta las 100 páginas. Luego de revisarlas, solo quedaron tres. Descubrió que en esas 97 páginas faltaba el valor para escribir sobre ciertas cosas. Un libro que originalmente estaba enfocado en la infancia se mudó a la adolescencia. “Yo pensé que nunca iba a escribir esta historia”, me dice el autor de Mejor el fuego (Penguin Random House), que será presentado el 27 de agosto en la Feria Internacional del Libro de Lima en su edición virtual.
Era 1992 y José Carlos Yrigoyen tenía 15 años. Aún no había nacido el escritor. La noche del 5 de abril, estaba por acostarse, cuando en la televisión apareció el rostro de Alberto Fujimori decretando el autogolpe. Lo escuchó hasta el final. Y vino el silencio. En un año que, sobre todo, fue crucial para su historia personal.
-La historia del personaje principal en Mejor el fuego arranca con el autogolpe. En un año en que el protagonista del libro fue agredido sexualmente en una locación en decadencia, de un país en decadencia. ¿Por qué planteas ese escenario?
Este libro, a diferencia de los anteriores que he escrito, tiene una filiación más poética, tanto en el lenguaje, como en el perfil metafórico, donde justamente la violencia sexual que impregna la novela corre en paralelo con los principales hechos políticos de los 90.
-Para el Perú, ¿haber tenido a Fujimori como presidente ha sido una agresión?
Yo creo que sí. Fujimori, de alguna manera, también cometió un ultraje continuo a las instituciones, a la democracia, a la gente. El simple hecho de querer eternizarse en el poder, como parecía ser su plan, es también una forma de agresión al futuro de millones de personas. Pero una de las cosas que me interesaban en la novela es que el personaje no fuera un opositor acérrimo, sino que tuviera la indiferencia que tuvimos muchos jóvenes en los años noventa. Hay una parte de la novela en la que el personaje se enfrenta a una de sus parejas que es antifujimorista y él no comprende esa rebelión. El personaje tampoco se rebela ante la mayoría de las agresiones que sufre hasta que estas son excesivas, como también nos ocurrió a nosotros en el 2000.
-Si bien el libro está en el terreno de la ficción, a los 15 años sufriste agresión sexual.
Creo que la mayoría de escritores, cuando nos preguntan por qué escribimos, damos un montón de respuestas teóricas, muy finas y muy elaboradas. Y, bueno, yo creo que muchas veces nuestras motivaciones son más simples, menos teóricas y más humanas. La mía fue que, cuando tenía 15 años, sufrí una agresión sexual; lo que me produjo esa agresión durante los siguientes años fue una adolescencia que parecía más una edad media, por lo oscura, por lo siniestra, por la incertidumbre que eso me causó, pero sobre todo porque durante unos cinco años tuve muchos problemas para hablar. Aún creo que los tengo, pero en esa época eran mucho peores. Hablaba mal, me confundía, me ponía muy nervioso. Creo que eso me sumió en una frustración muy grande, de la que salí escribiendo. Como me confundía y me trababa horrible, lo que decidí fue escribir. Además, no podía explicar por qué no podía expresarme bien. Y creo que este libro, de alguna manera, también explica eso.
-Una revelación con la que muchos se van a la tumba.
Uno de los temas que más me ha costado superar es la vergüenza, porque he sido humillado, he sido agredido. Me ha costado años hablar, decirlo y escribirlo. A veces tengo la impresión de que lo que he escrito hasta ahora ha sido un largo camino hasta este libro. Aunque no creo que la honestidad sea un valor literario, en este libro he dado todo de mí.
-Después de esta confesión y en un libro, ¿cómo queda la persona?
Uno no supera las cosas, el dolor nunca se va y uno termina siempre siendo el chico que era. Yo creo que escribo todavía para ese chico de 15 años que estaba destrozado. Escribir no elimina el dolor, pero lo transforma en algo que puedes asir.
-¿El dolor es combustible?
(Se queda en silencio). Todo lo que he escrito se motiva por la necesidad de comprender la concepción negativa que tengo de la realidad.
-Sin embargo, el protagonista sigue con su vida, al punto de que pasa a ser agresor. Prácticamente, elige un camino.
Yo creo que, más bien, después de ese incidente él sigue con una vida que ya no es la misma. Despierta una sexualidad que está contaminada por la violencia y por el miedo, y avanza con ella y sufre incidentes parecidos, y llega un momento en que él acepta la violencia como forma de vida y también como concepción del deseo, y de esa forma termina convirtiéndose en agresor. No sé si se vuelve malo.
-O cínico, tal vez.
Yo no me sentaría a tomar un café con mi personaje. Aunque por momentos puede producirnos compasión, en el fondo es un ser que ha aceptado el pacto de sus agresores y que ha aceptado ser repulsivo en muchas maneras. El final del libro muestra que ya ha perdido toda contención moral y, en ese sentido, no es un personaje positivo. Creo que es una novela que refleja el lado más negativo de la homosexualidad, así como hay novelas que reflejan el lado más negativo de la heterosexualidad.
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-¿Para qué llegar a los extremos? Hay pasajes en los que cuesta ser lector del libro.
En mi literatura prefiero violentar los cuerpos que edulcorarlos. Es verdad que la pornografía abarata los cuerpos, pero no sé qué es mejor: ¿abaratarlos o azucararlos? La literatura rebusca en la condición humana, muchas veces lo hace en las zonas más luminosas, otras veces en los territorios más oscuros y degradados. Lo que quiero es que el lector, cuando se enfrente a este libro, también confronte esas zonas degradadas que lo conforman y que no quiere ver. Este es un libro sobre la violencia sexual y la incapacidad de amar. Cuando una persona ha sido ultrajada, ha sido degradada, se siente menos que nada y siente que puede destruir su cuerpo por el simple hecho de que, para él, ese cuerpo no tiene valor.
-El protagonista también es racista. ¿El libro es una forma de autocuestionarte?
Creo que nuestra narrativa última, por lo menos, no ha retratado a la clase media como realmente es. Tenemos muchas taras, vicios. En el Perú el clasismo y racismo, así como la masculinidad, nos contaminan desde que nacemos. Evidentemente, tenemos que hacer un acto de autocrítica hacia eso, por lo menos personal. Pero en la literatura me parece que hemos sido muy autoindulgentes con nosotros y con nuestros cuerpos, pero sobre todo los hombres, porque las mujeres no. Libros como los de Victoria Guerrero, Gabriela Wiener y otras autoras sí han cuestionado de una manera mucho más efectiva la relación con el país, con los cuerpos, con su sexualidad. Los hombres no, nos falta arrojo para escribir sobre lo que nos humilla y lo que nos duele. No digo que toda la literatura tenga que enfocarse en eso, pero me parece que a diferencia de otras latitudes, de otra tradiciones literarias, sí hay un temor muy conservador, que no debe sorprendernos porque los escritores venimos de una sociedad peruana muy conservadora, que critica mucho a las sexualidades no diversas, que tiende a repetir patrones de la época de nuestros abuelos, hasta ahora, con absoluta impunidad. Aquí nadie es inocente.
-En el libro escribes: “Cuando envejecemos empezamos a dudar si vivimos o soñamos algunos acontecimientos”. ¿Para qué remover el pasado?
Hay ocasiones en las que es necesario regresar a la herida que nos marcó. Es lo más difícil del mundo, pero siento que muchas veces regresar a nuestras heridas nos hace comprenderlas mejor y enfrentar aquello que fuimos y que nos sigue marcando. La literatura no alivia ni sana nada, pero por lo menos ayuda a tener una concepción de lo que fuimos, lo que ayuda mucho a enfrentar nuestro presente; y creo que eso también es para el país. Cuando en el Perú se habla del terrorismo, hay sectores de la sociedad que se revelan ante la posibilidad de hacer un repaso de esa época tal como fue; eso también ocurre con las personas, porque es traumático y porque muchas veces no nos hace quedar bien. En la literatura peruana a veces queremos quedar demasiado bien.
-Y Mejor el fuego tendrá una continuación.
Sí. Quiero que el siguiente libro transcurra en los últimos años de la democracia peruana, con un personaje ya mayor que revisa su pasado y presente.
-¿Qué cuestionarías de tu presente?
He arrastrado todos los errores y vicios de mi clase. Si bien no es un atenuante, sí puedo decir que he sido consciente de ello. Es un proceso.
AUTOFICHA:
- “Tengo 43 años. Nací en Lima. Acabé el colegio y estudié Derecho. Egresé de Derecho, pero no lo ejerzo. Respeto muchísimo a la gente que estudia Literatura, pero yo no lo estudié. Amo los libros. He publicado cuatro libros de poesía y tres obras documentales”.
- “En cuanto a los libros documentales, uno es sobre poesía peruana contemporánea, otro sobre la Serie B peruana y otro sobre la selección. Tengo tres libros de narrativa. Y un pequeño librito que se llama Breve historia del fútbol de Indonesia, una crónica”.
- “Mejor el fuego me demoró tres años, empecé a finales de 2016 y acabé a principios de 2020. Una de las cosas más divertidas es que uno empieza creyendo que ya tiene el libro en la cabeza y el libro se va transformando. La continuación del libro es un proyecto que ya lo tengo un poquito avanzado”.
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