El sabor de la poesía: cuatro escritores hablan de los vínculos entre la cocina y sus versos

Di Paolo (Lima, 1960) cuenta que cuando deja de devorar libros y llega el momento de cocinar “deaverdá”, vienen en su auxilio los tallarines en salsa de tomate, las presas de pollo en el arroz a la jardinera, o tilapias sudadas con tomate y cebolla. “Aunque debo reconocer que viviría comiendo solo pizza, con su copa de vino tinto”, cuenta.

La relación entre la literatura y la cocina, comenta, quizás pueda comprenderse en su poema “Ama de casa”, que publicó en el libro Piel alzada:

José Gabriel Valdivia (Callao, 1958) entró tarde a la cocina. Durante su infancia en Arequipa solo fue un observador de la culinaria rural. Recién de adulto se especializó en preparar jugos y sánguches de salchicha y huevo para mandar a sus hijos al colegio. Luego, se decantó por las vísceras, en especial el riñón al vino.

La cocina, explica, está hecha de una suma de ingredientes, determinados por las papilas gustativas de quien prepara los platillos. En los poemas también hay una sumatoria de palabras y figuras.

“Pero en la poesía no tienes un paladar biológico, que determine si esta palabra va o no va. La creación pasa por otro tipo de paladar, a veces extraño, inexplicable o inefable”, indica Valdivia.

Los dotes culinarios de Alessandra Tenorio (Lima, 1982) también son acotados. No cocina, pero sí sabe hacer buenos lonches con una variedad de sanguchitos, ensaladas y canapés dulces. Por eso también considera que su poesía se parece a la frescura y calidez que busca brindar en las reuniones con amigos y familiares. Sus textos, como esos encuentros amicales, pueden ser ruidosos, cuando explora sentimientos y desavenencias.

“Uso un lenguaje coloquial al que trato de ponerle cierto ritmo para que no se pierda la cadencia de lo poético. Así escribo, súper sencillo, como los lonches que suelo organizar por mi poca pericia en la cocina”, explica.

Martín Zúñiga (Cusco, 1983) cocina lo que su mamá le enseñó: la huatia o el chiriuchu, ese conglomerado de sabores con carne seca, cuy al horno, queso y algas marinas. Cuenta que su poesía se parece mucho a lo que cocina porque los saberes incorporados a los sentidos (el olfato, el gusto, incluso las combinaciones visuales en un plato o el crujido de un chicharrón en la marmita llena de manteca) impregnan la relación del autor con el mundo.

Pero también su escritura no se parece en nada a la culinaria, ya que uno cocina para, principalmente, alimentarse. “En cambio, uno escribe, entre otras cosas, para hallar sentido o construir sentido allá en donde no lo hay”, explica.

Al final, sin importar el buen gusto o pericia en la cocina, hay ciertas sensaciones que solo la palabra puede expresar.