En sus largos poemas visita cada sentido y parte del cuerpo como método exploratorio para construirse, demolerse, entenderse y aprender a resurgir.
En sus largos poemas visita cada sentido y parte del cuerpo como método exploratorio para construirse, demolerse, entenderse y aprender a resurgir.

Tomamos nuestro propio cuerpo como punto de partida para comenzar a existir en algún lugar en el tiempo. De pequeños reconocemos el mundo a través de los sentidos: aprendemos que el frío no nos gusta, que no todos los abrazos se sienten igual y que, muchas veces, por no decir casi siempre, lo tangible es nuestra única linterna en medio del miedo.

“Desde su oscuridad / allí donde no es imposible el musgo último, / concede tenuemente unos límites, / la frontera entre el mundo y el latido”. Las palabras de Fernando Conde construyen un reconocimiento del “yo literario”. El autor se contempla a sí mismo como una amalgama de emociones y experiencias, como un mapa que traza el camino de Perú a Francia una y otra vez y lo tiene clarísimo: para conocernos debemos reducirnos una vez más a lo esencial, el cuerpo.

Entre versos enredados, un poco salpicados por el existencialismo francés, el autor se muestra vulnerable en su búsqueda y honesto en sus declaraciones. Cuando dice: “Límite de un cuerpo, / no eres el límite del amor. / Quiero entrar en tus ojos, / nadar, / buscar en el límite profundo una verdad inmóvil, esa pieza del tesoro que toda luz ha evadido” Fernando admite que los ojos son las ventanas del alma.

En sus largos poemas visita cada sentido y parte del cuerpo como método exploratorio para construirse, demolerse, entenderse y aprender a resurgir. Se toma su tiempo, cuida cada palabra. En sus temáticas recurrentes encontramos el amor, el desamor, el cambio y la melancolía. Es raro que hoy en día, dentro de todo, se encuentre a un poeta joven que siga rigurosamente las reglas de la poesía.

Al leer a Fernando Conde descubrimos que el cambio es lo único permanente y que nuestro cuerpo es nuestro acompañante eterno. Para el autor el poema comienza y termina en el cuerpo, y la vida comienza y termina en el mismo. Así lo venera en el poema homónimo de su ópera prima: Voy a decir tu nombre. Cuerpo. / Muchacho. Lumbre. / Hueso profundo que sostiene la hermosura. / Pupilas en sus cuencos como manos abiertas, / comienzo de un camino, / de una verdad hacia otra verdad”.

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