[OPINIÓN] Hernán Díaz: “Lo siento, Camila”.
[OPINIÓN] Hernán Díaz: “Lo siento, Camila”.

Camila. 9 años. Abancay. Abusada sexualmente por su propio padre durante más de 48 meses seguidos. Desde los 9 hasta los 13 años, su propio padre, el ser humano en quien toda niña deposita su confianza, se convirtió en violador, en su captor, su peor pesadilla. Como consecuencia del infierno al que fue sometida, tuvo un embarazo. Llevó en su vientre aún en formación a quien pudo ser el hijo de su propio padre. Así de aberrante como se lee. Cuando su vida ya era abrumadoramente miserable, llegó el Estado peruano a seguir destruyendo su corazón. Llegó para decirle, a través de su sistema de (in)justicia, que era culpable. Sí, que ella, violada desde los 9 años, era culpable del delito de aborto. No solo omitieron protegerla con su derecho, internacionalmente reconocido, al aborto terapéutico, sino que, además de ignorarla, la señalaron con el índice acusador del más pestilente conservadurismo. La Fiscalía la acusó. El Poder Judicial la condenó. La sociedad la humilló. Camila es solo una víctima más del fanatismo religioso que en nada se diferencia, por ejemplo, del que practica Arabia Saudita, condenando a muerte a mujeres por no llevar el hiyab. Aquí, en este rincón de Sudamérica, a una niña de solo 13 años la puede condenar su propio sistema de (in)justicia por un aborto involuntario, cuyo embarazo le produjo la violación reiterada de su propio padre. En cualquier país mínimamente civilizado, este tema sería un escándalo nacional. Pero aquí, donde aún creemos en las brujas y en que hay que quemarlas, no. Solo la justicia internacional pudo darle un pequeño hilo de luz. Esa justicia internacional que se sustenta en un marco de protección de derechos humanos. Esos derechos humanos que el fanatismo religioso que nos gobierna quiere desterrar. Lo siento, Camila; como hombre, como padre, como peruano, te pido perdón. Siento que hayas tenido que pasar por eso y también por todo lo que te espera por tener que vivir en este país, que no solo no te protege, sino que te abandona, te humilla y te condena.