Foto: MIDJOURNEY/PERÚ21
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El piscinazo de Susana Villarán indigna porque, detrás del refrescante alivio acuático de la exalcaldesa, hay una confesa receptación de sobornos de por lo menos 10 millones de dólares siendo autoridad. Tremendo panzazo de cohecho pasivo.

Mientras ella controla su temperatura corporal gracias a ese piscinazo, hay miles de conductores chancados por el leonino régimen de peajes que dejó esa gestión dolosa. La gente literalmente paga las consecuencias de sus actos. Ella las pasa por agua.

Pero la escena revela algo más. Ese reportero entrometido (está haciendo su trabajo) sorprende a la exalcaldesa en una soledad cómoda pero absoluta. Antes, cuando era autoridad y los aportantes la cortejaban solícitos de transacción, ella vivía rodeada de una constelación de adeptos enchalinados que coreaban sus virtudes desde un intangible inmejorable: la superioridad moral.

En esa piscina culposa, en cambio, no había nadie más que ella y su alma. Comida hecha, amistad deshecha.

La conveniencia funciona así. En las buenas, hasta la muerte. En las malas, que te vaya bonito. Aunque hay una última reserva de solidaridad no explícita, o autoencubrimiento asolapado, que nunca falla. Se trata de la indignación selectiva.

El día que ampayen a Keiko en una piscina arderán las redes, estallarán las calles, y una marcha liderada por Verónika y Sigrid tras anunciar la suspensión de sus vacaciones enrumbará hacia la piscina olímpica del Campo de Marte para realizar una limpieza simbólica de la pileta a fin de conjugar las aguas hediondas de la corrupción que nos ha llevado a este pozo de muerte e inestabilidad disfrazado de democracia. Es decir, el gobierno de Dina Boluarte, exgobierno de Pedro Castillo, que llegó al poder gracias al voto ellos mismos, los lavapiscinas.

Se presume que la señora Fujimori, por realismo antes que por sensatez, debe contar con una piscina cubierta o bajo tierra. El buen Mark Vito, en cambio, debe contentarse con manguera y Yape para seguir avanzando en la vida.

Como con los gatos, las pasadas experiencias de políticos con el líquido elemento no han sido precisamente gratas.

Fernando Belaunde Terry, nadador empedernido, intentó un escape a nado cuando lo llevaban en lancha a su prisión en la isla de El Frontón. Educadísimo, antes de huir había dejado una carta para el alcaide de la cárcel lamentando su fuga, pero tenía un compromiso de honor con el pueblo de Arequipa, donde había convocado a un mitin. Se entregó al rato, saludando el gesto de la Guardia Republicana, que, al no dispararle mientras nadaba, había entendido que las balas que les habían sido entregadas no eran para ser usadas contra peruanos de bien. Eso era la política peruana antes.

PPK, como joven y anglófilo ministro de Energía y Minas en los 80, llamaba la atención en un CADE en el hotel Las Dunas de Ica. Se ponía a nadar inopinadamente vistiendo ajustada zunga que pretendía resaltar, con modesto éxito, sus dotes macroeconómicas.

Alan García, que necesitaba atención y audiencia, nadaba solo en Barranco en raros momentos de privacidad de sus últimos años. Un transeúnte lo posteó en Twitter y se generó el cargamontón. No volvió más. Tenía pie plano y no podía correr bien, habiendo recalado de joven en la natación por descarte. Ahí descubrió ese espacio secreto, de claridad y resignación, que los nadadores conocen como el mejor lugar para tomar decisiones.

Lourdes Flores, con su olfato único para el revés, hizo de un piscinazo televisado su Waterloo político cuando su padre, cual iceberg, soltara en vivo lo del auquénido de Harvard para referirse al expresidente Toledo. Pobres auquénidos, pobre Harvard.

Hace poco más de un año, cuando el país se desangraba, un relajado Antauro Humala descansaba en la playa como perfecto Nerón etnocacerista.

Cuando volvió algo de calma, convocó a un mitin donde oportunistamente, pensando en elecciones prontas, respaldó a Dina Boluarte. Le llovieron botellazos descartables. Tras escarmentado repliegue, vuelve ahora con el fusilamiento como doctrina ante tres decenas de despistados candidatos con problemas para atarse solos los pasadores.

Inviten a Antauro a un piscinazo. El agua pondría a prueba la frase de Manuel Prado según la cual en el Perú hay dos tipos de problemas: los que se resuelven solos y los que no se resuelven nunca.

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