Muchos pensamos que es imposible controlar la plaga de noticias falsas que nos azota; después de todo, cada uno tiene derecho a su opinión y a buscar sus fuentes de información. Además, las redes sociales y grupos de WhatsApp enturbian aún más el panorama. Pero la data demuestra que no todos desinforman por igual.
En Estados Unidos, ante la insistencia de Trump de difundir teorías de conspiración sobre fraude electoral y sus indirectas hacia sus seguidores para que cometan actos de sedición (lo que culminó con la toma del Capitolio el 6 de enero), Twitter y Facebook (entre otras plataformas) decidieron cancelarle sus cuentas. La consultora Zignal Labs determinó que la desinformación sobre el fraude electoral se redujo en 73% en redes sociales luego de su expulsión.
Otro estudio, también de EE.UU., determinó que solo 12 personas eran responsable del grueso (65%) de las noticias falsas relacionadas al Covid-19.
Si bien en Perú es ingenuo esperar que los gigantes digitales cancelen a los principales culpables de difundir fake news en nuestro medio, los casos presentados ilustran que, a nivel personal, no es difícil curar nuestra dieta de contenido para evitar la desinformación.
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Este no es un tema menor. Las noticias falsas nos afectan de muchas maneras. Nos vuelven más cínicos, propensos a creer que grupos de poder nos manipulan y tenemos menos control sobre nuestros destinos. Nos hace menos empáticos, convierten al “otro” en un villano o, en el mejor de los casos, un ignorante. Afectan nuestra salud mental, nos quitan el sueño y nos hacen sentir que nadie más comparte nuestro sentido de urgencia.
Como dijo el periodista Jaime Chincha hace poco al cerrar uno de sus programas: “Cuídense del coronavirus, pero también de las noticias falsas que enferman y envenenan el alma”.