Eliseo Soto es natural de Ayacucho y se enroló al Ejército en la década del 80.
Eliseo Soto es natural de Ayacucho y se enroló al Ejército en la década del 80.

En buzo, sandalia y polo. No tenía más. Así deambulaba por las calles del distrito de , donde alguna vez vivió. Dormía en bancas o donde podía. Un golpe en la mandíbula no le dejaba abrir la boca. Una semana a pura agua, una semana sin comer. Una semana perdido en la ciudad y en sus ideas. “Problemas familiares”, me dice sobre las razones de por qué por primera vez dejaba su hogar para vivir en la calle.

Eliseo Soto es uno de los huéspedes de la Casa de Todos, el reducto que hace un año se levantó en Acho, la antigua Plaza de Toros, para cobijar a quienes no les queda más que la calle y unos cartones para dormir. Había llegado la pandemia y había que cuidarlos hasta que pase el temporal. Ahora este hogar es permanente, bajo la gestión de la Beneficencia de Lima y la Municipalidad de Lima. Y para colaborar podemos sumar vía Yape (999923007) o en

Acabó el colegio y se enroló al Ejército. El sueño de niño. Eran los años 80, 81, cuando aparecía el terrorismo en , donde Eliseo nació. Fue transferido a Lima a la compañía de ingeniería anfibia y tras ocho años, se dio de baja, y se arrepiente. “Era lo que más me gustaba”, dice don Eliseo.

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-¿Cómo llegó a la Casa de Todos?

Estuve en la calle ocho meses por problemas familiares. Dormía en las bancas del pasaje Santa Rosa.

-¿Y cómo llegó al pasaje?

Yo vivía por Los Olivos y estuve dando vueltas, y gracias a Dios encontré a un señor que me dijo: “Tú no has comido hace tiempo”. Era cierto. “Vamos al Centro de Lima, ahí dan comida”, me dijo. Y nos fuimos a pie por toda la Panamericana hasta el Centro de Lima. Primero nos fuimos a dormir debajo del puente de Chabuca, pero es horrible vivir ahí, no tiene explicación: te roban, corren por encima cuando estás echado en el suelo con tus cartones, hay toda clase de gente. Ahí no convenía y nos fuimos al pasaje, aunque ahí no se duerme echadito sino sentado, porque hay serenos y policías que pasan. Fuimos y me acostumbré a dormir sentado. Los serenos controlaban para que no nos echemos. Así amanecíamos, sentados. Me enseñaron el comedor de la iglesia Nazarenas para tomar desayuno y almorzar. Con los amigos empezamos a reciclar y llegó la pandemia.

-¿Lo recogieron para llevarlo a la Casa de Todos o usted se enteró y fue a hacer su cola?

En la noche anterior vino una asistente social de la municipalidad, y nos dijo que al día siguiente vendrían a recogernos temprano para llevarnos a la Plaza de Acho. En las bancas dormíamos como 20. Pero un amigo nos dijo que no vayamos a Acho: “No es lo que ustedes piensan; los llevarán, los doparán y les sacarán sus órganos”. De ese grupo en el que estaba, fui el único que llevaron a Acho.

-¿Por qué llegó a la calle?

Lo único que le puedo decir es que sufrí maltrato.

-Nada justifica la violencia. Pero tal vez usted hizo algo malo, señor Soto.

Le podría decir que antes sí. Soy de Ayacucho y allá sí hice algo. Pero cuando vine a Lima, era mi trabajo, mi casa, mi trabajo, mi casa, y a veces ese problema de trabajo-casa provoca que te olvides de la familia.

-El trabajo lo absorbió.

Sí. Llegaba tarde, cenaba, veía la televisión y a dormir. Y de nuevo a las 4, 5 de la mañana tenía que estar levantándome para ir a trabajar.

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-¿En qué trabajaba?

En una empresa de seguridad. Durante tres años trabajé ahí.

-¿Por qué dejó su trabajo?

Hubo problemas en mi casa y mi esposa me dijo que tenía que retirarme del trabajo. Le hice caso.

-¿Su familia no lo ha buscado?

No sabría decirle porque no tengo contacto. Recién tuve contacto con mis hermanos, porque falleció mi madre.

-¿Por qué no se fue a Ayacucho?

Quería hacer algo bueno para ir.

-¿Pero sus hermanos no le han ayudado?

Siempre les he dicho que estoy bien, pero estaba en la calle. Durante toda la pandemia no me he comunicado con mi esposa ni mis hijos. No sé si sabrán dónde estoy.

-¿Cómo se siente hoy?

He cambiado mucho. Me hicieron conocer a Dios. Es maravilloso. Ahora me dicen el profeta Eliseo (risas). Aprendí a perdonar. No sé si agradecer a la pandemia, al alcalde o a la Beneficencia (risas). Si no llegaba a la Casa de Todos, no sé qué habría sido de mi vida.

-¿En qué ha cambiado?

No estaba libre, no tenía paz. Acá tengo más tranquilidad. Con los amigos conversamos, leemos libros, hacemos deporte, lo que no hacía durante tantos años.

-¿En qué ocupa su tiempo?

Me despierto, leo la Biblia, nos vamos a los talleres; yo estoy en dibujo y música. A veces nos piden colaboración en la cocina y ayudamos. Y nos han dicho que vendrán unos chefs para enseñarnos a cocinar, quiero aprender ese taller.

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-¿Por qué no siguió la carrera militar?

Me casé y por hacerle caso a mi esposa pedí mi baja y volví a Ayacucho. Llegué hasta suboficial de tercera. Hoy estaría jubilado.

-¿Qué es la calle, Eliseo?

Libertad. He tenido como 20 años en Lima y nunca había estado en el Centro de Lima, y lo he conocido bien. Pero la calle también es miedo, se sufre bastante.

-¿Cómo definir la casa?

Es la familia, estar unidos. Y en la Casa de Todos también todos estamos unidos, colaboramos. A veces me hace recordar al cuartel.

-¿Tiene un recuerdo familiar que aún esté vivo?

Los cumpleaños de mi esposa.

-La extraña.

Sí. Todavía la recuerdo.

-¿Tiene sueños?

Llamar a mis hijos y a mi esposa. Estoy orando mucho a Dios para que se cumpla.

-¿Qué quisiera decirles a través de esta entrevista?

Que en algún momento estaré a su lado.

AUTOFICHA:

- “Soy Eliseo Soto Meza. Tengo 58 años. Nací en Huamanga. Salí del colegio e ingresé a las Fuerzas Armadas. Luego con mi esposa nos dedicamos al negocio editorial, viajamos por todos los departamentos. Tengo tres hijos, que deben tener 30, 28 y 24. Y tengo una nieta”.

- “Mis padres ya han fallecido. Somos ocho hermanos y soy el tercero. Todos están en Ayacucho. Extraño mucho Ayacucho, pero no puedo ir por allá, aunque ha cambiado mucho, parece Lima. Me dio el COVID cuando estuve en Acho, estuve casi un mes aislado, no fue grave”.

- “No he tenido miedo a la muerte; en el cuartel me enseñaron a no temerle. De repente más adelante podría dedicarme a la comida. En Casa de Todos nos van a enseñar. Sé hacer puca picante, mondongo y chicharrón. Anhelo poner mi negocio, de eso conversamos en la casa, que ahora está en Palomino”.

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