Recuerdo a mi madre y a mi abuela, en la sala de la casa de Chorrillos, viendo el programa ¿Qué cocinaré? de . Eran tiempos de apuntar en cuadernos cada ingrediente, cada consejo. “¡Qué amor le pone esta señora a la cocina!”, decían con admiración. Y esa es la palabra que más se relaciona a doña Teresa: amor. Porque la cocina es un acto de amor. Y un arte, un ejercicio de paciencia. Pero sobre todo amor. Amor y sabor no coinciden al final en vano.

En 2017 a Teresa Ocampo le llega un reconocimiento merecidísimo: la distinción de Personalidad Meritoria de la Cultura por su trascendente aporte a la cocina peruana. Teresa Ocampo es la pionera de lo que pronto sería el boom de la gastronomía local.

Daniel Ruzo, uno de los tres hijos de Teresa Ocampo (Cusco, 1931), me dice que ve a su madre como una flor muy bella, “y muy importante, pero una flor que tuvo raíces. Esa flor dio frutos, o ese rosal tiró semillas de las cuales salió la siguiente generación, porque tenemos a gente como Misha, como Gastón, como Virgilio Martínez, que son capos y que han llegado a sitios impensables”.

El Comercio le preguntó hace unos años a Teresa si todos podían cocinar. Y ella respondió: “Si se cocina con amor, sí. Pero hay que estar felices. Estamos en un mundo lindo. Será que a mí me encanta estar viva”.

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Si hay algo que Daniel y los amigos de Teresa reconocen en esta señora de la cocina peruana, es su humildad, ese corazón inmenso para dar consejos, y no guardar secretos culinarios quizás porque sabía que ese pequeño detalle haría feliz una mesa, un hogar.

Bernardo Roca Rey, amigo de Teresa y cómplice de innumerables aventuras, dice que la trascendencia de sus recetas no solo está en la variedad de insumos, en sus precisos pesos y medidas, en los tiempos de cocción o en la temperatura de los fogones. Para Bernardo, Teresa ha trascendido a las siguientes generaciones por el amor de sus recetas, las cuales –dice– tienen vida, y mutan. Por ello, cree con firmeza que la cocina de hoy le debe mucho a Teresa.

“He sido su editor y he prologado algunos libros suyos como, por ejemplo, Recetas de mi madre”, rememora.

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Teresa participó en la fundación de la Asociación Gastronómica Peruana (ÁGAPE). Juntos recorrieron Estados Unidos, Canadá, África y la región enseñando cocina peruana en tiempos en los que no se hablaba de lo nuestro como hoy. No eran los días del boom.

El hijo de Teresa recuerda esas giras con Bernardo, esos tours culinarios, esas batallas que parecían utopías, y que se hicieron realidad: porque poco a poco la cocina se hizo un nombre.

“Mi madre es una persona que habla de cocina casera sin secretos, que te dice cómo, cuándo y dónde, que te cuenta que probó las recetas, y siempre trató de buscar un mensaje culinario para poder darle a la gente común, a la gente que quiera ver el programa o quiera aprender algo de cocina nuevas recetas, un menú completo para cada día que no le costara tanto insertando nuevos platillos desde la quinua. Ella proponía una mezcla de todo para internacionalizar –digamos– la regionalidad de la cocina del país porque el Perú es muy extenso en su cocinar”.

Daniel relata que Tere hizo muchas demostraciones, intentos, pruebas e inventos con doña Carlota Oliart de Ocampo, su mamá; y con su suegra, doña Isabel Zizold de Ruzo. Estudio en Le Cordon Bleu de París. Esta mujer –que ama las sopas– se hizo cocinera con cuchara de palo; y se especializó en refinadas técnicas, y en el paladar, el auténtico juez del sabor.

“Ahora la cosa es promocionarse en redes y en ese momento no. En ese tiempo era una cosa muy seria y educativa en la cual influyen una cantidad de valores”, comenta.

Para una cocinera inmensa como Martha Palacios, de La Panchita, Teresa le hace recordar a su niñez en la cocina, cuando todos los días veía sus clases. Así llama a los programas, clases: “Es un referente de la cocina peruana en general porque hacía muchas recetas de todos los países, hasta postres. Es una pionera frente a las cámaras. Recuerdo sus trucos de cocina, hasta te enseñaba a cómo guardar los ingredientes, a cómo saber que el fideo estaba bien cocido. Todo el mundo se debe de acordar y se tiene que acordar de Teresa Ocampo. Ella te hacía ver que la cocina era con cariño”.

Para Martha hay algo imposible de dejar atrás: “Yo podía oler la cocina porque ella lo hacía con amor y te enseñaba paso a paso”

Daniel dice que –en tiempos en los que la cocina parecía un terreno estricto de las mujeres– ingresar a ese espacio era algo muy difícil. Pero allí estaba, y en esas idas y venidas, entrenó el paladar, y todos aprendieron a comer bien, gracias a Teresa, y a las abuelas.

Su madre se divorció a los 30, trabajó durísimo, se enamoró luego y se casó, y cuando sale de la televisión, comienza a hacer festejos en casa para celebrar. Y como peruana, la celebración no es fiesta si no se come bien, y como en casa.

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