Isabel Allende publica 'Violeta', su nueva novela.
Isabel Allende publica 'Violeta', su nueva novela.

Todos los libros de empezaron a ser escritos un 8 de enero. Cábala que ha repetido en las 25 obras publicadas. La última de ellas es Violeta (Sudamericana, 2022).

El 8 de enero de 1981 vivía en Venezuela, en el exilio. Le avisaron que su abuelo moría en . Lo quería como un padre y no podía ir a despedirse de él. Comenzó a escribir una carta que se transformó en La casa de los espíritus, su primera novela, debut que delineó su camino como escritora.

El pasado 8 de enero ya empezó a confeccionar otro libro. Escribe entre 6 y 8 horas al día. Antes eran 14. Sabe cuándo empieza, pero no cuándo termina. Interrumpimos su tiempo de silencio.

Empieza la sesión en Zoom. Isabel activa el botón de video. Dice “hola”. Está en su casa en California, donde reside. Detrás de ella, a la izquierda, también miran a la cámara las portadas de Violeta, ordenadas en cuatro filas. A la derecha, fotos familiares. Al medio, la portada de La casa de los espíritus, como hablándole al oído.

Han pasado unos breves segundos y aún no le respondo el saludo. La tecnología, aquel artefacto a veces imposible. Por fin logro hacerlo y confieso mi torpeza con el celular. “A tu edad no debería ser complicado, porque tienes como 14 años”, bromea la autora que este año cumple 80 años pero que aparenta mucho menos, y reímos.

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-Hace unos días entrevisté a un gestor cultural rural que mira al libro como un elemento tecnológico muy valioso. ¿Cómo lo ve usted?

El libro en su momento fue una revolución en el mundo, cuando existía la cultura del libro. Ahora estamos en una cultura diferente, que es la digital, y yo creo que el libro será, en unos años más, un artículo de colección, que lo tendrán algunos coleccionistas, las bibliotecas, las universidades; y en general, vamos a escuchar los libros en audios, o los vamos a tener en una pantalla o nos van a poner un chip en el cerebro y no habrá necesidad de leer.

-Parece un mal augurio, una mala noticia.

No es ni buena ni mala noticia. Para allá vamos. Cuando se inventó el teléfono, mi padrastro, que murió de 102 años, era chico, había cinco teléfonos en Santiago y él decía que eso era lo peor, que era para meterse en la vida privada, que era una cosa terrible e iba a terminar con la sociedad. Los tiempos cambian.

-¿Y en este tiempo qué debe cambiar?

Tengo mucha esperanza de lo que está pasando en Chile y creo que eso es un cambio fundamental. Después del 2019, cuando vino el estallido social, los chilenos se preguntaron qué país queremos y cómo lo vamos a conseguir. Una de las cosas que decidieron era que había que cambiar la Constitución y en los cambios que se han propuesto hay un país nuevo, un país en el cual hay paridad de género, educación sexual con paridad de género y educación social desde el kindergarten, inclusión de todos, diversidad, los recursos naturales del país deben pertenecer a la gente, debe haber mayor igualdad en la distribución de oportunidades e ingresos. Ese país que queremos es una proposición para el siglo XXI, porque resulta que las instituciones que tenemos, políticas y sociales, desde el sistema judicial hasta la Presidencia, son instituciones que vienen desde el siglo XIX sin grandes modificaciones. Estamos en el siglo XXI y ya no sirven, por eso los jóvenes no quieren votar, no participan en política, ¿para qué?, si no se sienten representados. Todo eso tiene que cambiar.

Lo nuevo de Isabel Allende.
Lo nuevo de Isabel Allende.

-Lo que no cambia es su método para escribir, al menos el día que empieza a trazar el libro.

El 8 de enero me siento a escribir una novela y no tengo idea lo que va a pasar. Al principio, hasta un mes puedo estar sin encontrar el tono, la voz narrativa; una vez que descubro eso y los personajes empiezan a moverse, sé que voy por buen camino y me suelto con gran flexibilidad. Violeta lo empecé a escribir el 8 de enero del año pasado, en plena pandemia.

-Violeta lo escribió inspirada en su madre. ¿Cómo era ella?

Muy parecida a Violeta con la diferencia de que mi madre nunca pudo ganarse la vida, no trabajó nunca porque no la educaron para eso. Dependió primero de un padre, después de un marido, otro marido y después de mí.

-¿Ella no quiso desatar esas cadenas?

Lo quiso pero no lo suficiente. A mí también me educaron para ser la mamá de alguien, la esposa de alguien, tener un trabajo secundario. Nunca fui a la universidad. Era una pérdida de tiempo que yo tenga una profesión.

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-¿No pidió ir a la universidad?

Cuando terminé la secundaria, me dijeron: “‘¿Por qué no toma un curso de secretariado para que trabaje hasta que se case?”. Eso hice y empecé a trabajar como secretaria, y me casé a los 21 años.

-Se estaba dejando llevar.

Tenía un novio del cual estaba enamorada y no tenía claro qué podía estudiar. Así eran las cosas entonces, querido.

-¿En qué momento se rebela a ese destino?

Siempre trabajé, desde los 17 años, porque no quería tener la vida de mi madre, no quería que nadie pagara mis cuentas. Siempre he preferido tener tres trabajos para pagar mis cuentas y que nadie me mantenga. A mi madre le asustaba que yo fuera feminista. Cuando era periodista fui muy rebelde, siempre había controversia en torno a mí, a mi mamá eso le molestaba. Pero me aceptó, me quería mucho.

En agosto cumplirá 80 años.
En agosto cumplirá 80 años.

-¿Hubiese preferido ser hombre?

Claro. Cuando era niña y hasta que tuve hijos, yo hubiera preferido ser hombre, era mucho más fácil, habría tenido muchas más oportunidades, recursos, conexiones, mi vida habría sido completamente distinta. Le mandé mi manuscrito de La casa de los espíritus a una agente, a Carmen Balcells, en España y logró que sea publicado, pero ya había sido rechazado en editoriales sudamericanas; ella me dijo: “vas a tener que hacer el doble de esfuerzo que cualquier hombre para obtener la mitad de reconocimiento, porque eres mujer”. Y así ha sido. Es mucho más fácil ser hombre.

-¿Es cierto que se han escrito 24 mil cartas con su madre?

Sí, porque estuvimos separadas toda la vida, pero muy unidas emocionalmente, y tomamos el vicio de la escritura epistolar muy temprano, cuando yo tenía 17 años y yo estaba en Chile, viviendo con mi abuelo, y mi madre vivía en Turquía con mi padrastro; nos escribíamos todos los días. Pero empecé a juntar las cartas cuando me vine a EE.UU., en 1987.

-¿Para escribir Violeta tuvo que revisarlas?

No, porque tenía la vida de mi madre entera dentro de la cabeza, y además es ficción y no tenía que atenerme a la vida de mi madre exactamente.

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-¿Por qué ha conservado las cartas?

Las empecé a juntar por su valor sentimental y por una razón bien curiosa: todos los días, al final del día, le escribía la carta a mi madre contándole el día, y ese día no se perdía, quedaba en un pedazo de papel. Ahora lo que más echo de menos de mi madre es no poder escribirle; los días se me borran, se me funden y es como si siempre pasara lo mismo. Pero si me preguntas qué pasó el 17 de julio de 1990, voy al garaje, saco la caja de 1990, busco julio y te puedo decir exactamente lo que pasó ese día, ese día no se perdió; la vida entera está ahí (en las cartas) para siempre. Mi hijo contrató una firma que digitalizó todo, nos cobraron una fortuna, y ellos fueron los que calcularon el número de cartas.

-¿Cuando ella falleció, a los 98 años, estaban separadas por la distancia?

No, porque me fui a Chile a estar con ella. Mi padrastro y ella murieron en mis brazos. Ella primero y él tres meses más tarde. Me llamó la persona que los cuidaba, que trabajó con ellos 41 años, que era más que una hija, se llama Bertha Beltrán, y ella es un personaje en la novela, no tuve que inventarla, la copié exacta; ella me dijo que mi mamá estaba muy mal.

-¿Cuánto tiempo estuve cerca de su madre?

Un par de semanas.

-¿Lograron hablar algo?

Sí, estuvo lúcida hasta los últimos tres días. En un momento me dijo: “Me estoy muriendo, ¿verdad?”. Le dije: “Sí, mamá, ¿tienes miedo?”. “No, estoy contenta y tengo curiosidad”, me dijo.

-Qué fuerte.

Es muy fuerte y es también muy dulce saber que mi madre se fue sin miedo. En cambio, mi padrastro estuvo aterrado de la muerte, se defendió de morir.

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-¿Y usted qué piensa de la muerte?

Mi hija murió en mis brazos, mis padres murieron en mis brazos; entonces, tengo una familiaridad con la muerte que no me asusta para nada. Pero sí le tengo temor a la dependencia de la ancianidad.

-Su madre falleció casi a los 100 años. Se pensaría que la ha gozado lo necesario y que acepta con serenidad su partida. ¿O ha sido muy difícil?

Me ha pegado muy fuerte, la echo de menos tremendamente, tengo sus fotos por todos lados, como las fotos de mi hija. Me despierto como a las 5 de la mañana, tomo mi café en la cama a oscuras, entre los perros y mi marido, y pienso en ella y en Paula (hija), es un momento de comunicación diario; me hacen mucha falta (su voz se apaga).

-Cumplirá 80 este año. ¿Se prepara para ello, será un evento?

No, yo no celebro los cumpleaños; ya le tengo dicho a todo el mundo que por favor no me celebren.

-¿Por qué?

No me gusta celebrarme. No me gustan las fiestas. Más de seis personas es una multitud. No quiero ser el centro de atención.

-¿Si tuviera que escribirle una carta a su madre, qué le diría?

Le diría: “Mamá, por favor, cuéntame dónde estás y cómo es, me muero por curiosidad saber cómo es el otro lado” (ríe a carcajadas).

La autora chilena que nació en el Perú.
La autora chilena que nació en el Perú.

AUTOFICHA:

- “Soy Isabel Angélica Allende Llona. Tengo 79 años. Nací en Lima, el 2 de agosto de 1942. Estuve casi tres años en Perú. Cuando era chica, siempre decía: ‘Yo soy peruana’. Después nos fuimos a vivir a Bolivia, donde era mejor decir que era peruana que chilena”.

- “Acabé el colegio, estudié estenografía y me puse a trabajar de secretaria en la FAO de las Naciones Unidas. Por casualidad fui cayendo en el periodismo sin haberlo estudiado, y luego vino el exilio. He publicado 25 libros, uno próximo en imprenta y el que empecé a escribir”.

- “Espero llegar viva y con la cabeza buena hasta el último día, para poder escribir; no terminar decrépita como mi pobre padrastro. Vivo sana como un peral. La lección de mi abuelo fue no quejarse, no pedir nada que nadie te va a dar, a nadie le importa lo que te pase, arréglate sola”.

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