Frente a este sólido –por donde se le mire– representante de una Iglesia que debiera sentirse orgullosa de él aparece, amonestándole –con el derecho que le da su cargo–, un hombre peligrosamente pequeño y a quien la escandalosa solidez de la realidad le provoca empacho. Más allá del motivo que origina este entuerto, creo que valdría la pena reflexionar sobre los peligros que comporta la sujeción a las jerarquías con los que la Iglesia obliga a su tropa, y que para los laicos, por momentos, resulta totalmente ajena al concepto de libertad de conciencia al que todo ser humano tiene derecho. Así como repensar sobre las raíces, las formas y las manifestaciones del fanatismo como escollo a nuestro desarrollo y plenitud humanas.