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El rock de la cárcel

Un domingo soleado, apostando en las peleas de gallos y tomando un trago, para terminar en el karaoke cantando. Parece la actividad de alguien que disfruta de la vida sin mayores presiones. En el penal de Lurigancho, eso es lo que hacen algunos presidiarios.

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Fecha Actualización
Fritz Du Bois,La opinión del directordirector@peru21.com

En realidad, el sistema carcelario en el Perú ha colapsado: hay más de 55 mil reclusos hacinados, el doble de la capacidad máxima para el que fue diseñado. Más aún, cada mes ingresan mil nuevos internos y son pocos los liberados, por lo que, a diario, la situación se va agravando.

Por otro lado, la infraestructura es paupérrima, la idea de rehabilitación fue abandonada hace décadas, y las autoridades ya solo se preocupan de vigilarlas por fuera. El interior son zonas liberadas en manos de bandas que extorsionan al resto de presidiarios, mientras que por celular o Internet dirigen asaltos, secuestros y asesinatos. Todo eso desde la seguridad y comodidad del penal donde están apresados. Nunca van a encontrar lo mismo cuando sean liberados.

Esa dramática situación, que debería llevar a implementar con carácter de urgencia una reforma carcelaria, no parece ser la preocupación de los encargados del sector, quienes desde el cambio de mando solo se han interesado por facilitar la vida y hacerle más placentera su estadía al hermano del mandatario.

Más aún, lo único positivo en este tema que hizo el gobierno anterior –el otorgar la concesión de un nuevo penal a ser administrado por el sector privado– fue cancelado por el anterior ministro en un arrebato dogmático, aunque el sucesor parece tener temor de rectificarlo.

Así que tenemos un horizonte realmente desolado de una falta total de interés gubernamental en el problema penitenciario, excepto por el bienestar de Antauro. Todo lo cual debe de sonar como música a los oídos de los más avezados presidiarios, quienes se han apropiado de las cárceles y podrán seguir disfrutando.