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Redacción PERÚ21

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Pedro Salinas,El ojo de Mordorpsalinas@peru21.com

Al dominico napolitano Giordano Bruno lo asesinó la Iglesia Católica. Por pensar distinto, claro. Por qué otra cosa podía ser. Y lo ejecutó como a tantos. En la pira, como un pollo a la brasa. Bruno creía que el Sol era simplemente una estrella, y que en el universo debía existir un infinito número de mundos habitados por seres inteligentes. Entre otras cosas. Pero ello fue suficiente para arrestarlo durante ocho años mientras se disponía su juicio. Al final, el mismo Papa Clemente VIII le bajó el dedo y el 17 de febrero de 1600 fue quemado vivo en Campo dei Fiori, en Roma.

Un dato anecdótico: El proceso fue dirigido por el cardenal Roberto Belarmino, quien fue paradójicamente canonizado en 1930 por Pío XI (Papa que, dicho sea de paso, animó a los italianos a votar por Mussolini). Pues bien. Este "san Roberto" sería el mismo que, luego, conduciría el enjuiciamiento contra Galileo. Otro dato más: En el año 2000, el Papa Juan Pablo II, inexplicablemente, rechazó concederle el perdón a Bruno, pese a que el tiempo y la realidad y la ciencia le dieron la razón. Como a Galileo. Pero al polaco no le dio la gana de reconciliarse con Giordano Bruno.

Como sea. No deja de llamar la atención que la sentencia de Bruno, dictada por la santa Inquisición, o santo oficio, o ahora denominada Congregación para la Doctrina de la Fe, siga vigente y aplicándose hasta la fecha a aquellos que, como el italiano doctor en Teología, solamente pretenden ajustar su concepción de lo divino a los nuevos descubrimientos de la ciencia o que tratan de armonizar su concepción religiosa y católica con los tiempos en los que les ha tocado vivir.

Me refiero al caso de Marciano Vidal. Vidal es un sacerdote redentorista, calvo y setentón, profesor de la Universidad Pontificia Comillas y del Instituto Superior de Ciencias Morales, de Madrid, del que ha sido director varios años. Vidal, les cuento, es un pensador de mucho prestigio. Autor de un sinnúmero de obras sobre teología moral, que es su especialidad. Y probablemente sea, actualmente, una de las eminencias más lúcidas de la Iglesia Católica en esta materia. Pero ya saben. Eso de ser muy inteligente en una institución que reniega del libre pensamiento y de la independencia intelectual, conlleva una serie de problemillas.

Ya en el 2001, el propio Ratzinger, entonces jefe del santo oficio, lo tomó del pescuezo, con el aval de Juan Pablo II, y lo puso contra las cuerdas. Y Vidal abjuró de sus creencias, en plan Galileo. Pero Vidal, al poco tiempo, siguió investigando. Y publicando.

Sin embargo, ahora sí le cayeron con todo. Han censurado su último libro por su mirada comprensiva sobre la masturbación, la homosexualidad, la contracepción, la fecundación artificial y "la liberalización jurídica del aborto". No lo van a incinerar vivo, que conste. Porque en pleno siglo XXI se vería un poco mal, digo. Pero eso sí. Lo quieren podrir en vida. Enmudecerlo. Y degradarlo. Y refundirlo. O expulsarlo. O encerrarlo en un clóset. O algo así. Por perseverar en los "errores y ambigüedades". Por blasfemo. Por obstinado e impenitente. Por ser indigno de misericordia. Por díscolo. Por hereje. Y sabe dios. Y claro. Por escribir libros osados que deberían ser incinerados e incluidos en el Index librorum prohibitorum, que, al parecer, todavía existe. Por eso. Y por ser como Giordano Bruno.