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La familia, fabricante de monstruos
No niego la necesidad de que se sancione ejemplarmente al feminicida. Pero no nos podemos quedar solo en lo externo: un malvado que mata y una pobrecita que ama mucho.
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Carmen González,Opina.21c.gonzalez@ceprovi.org
En estos casos, hay dos actores: agresor activo y pasivo. Ambos llegan a la relación con una bomba dentro, desde niños. Tienen un intenso sufrimiento y odio, pero uno prioriza la necesidad de sufrir; el otro, la de destruir.
Hay una ley en el inconsciente que se llama repetición compulsiva: las personas buscamos revivir las emociones infantiles que no recordamos. A veces se recuerdan los hechos pero no lo que sentimos en esos momentos.
Esas emociones son intensísimas: el dolor se siente como agonía y la rabia como deseo de matar. Más tarde, como si se tuviera un radar invisible se busca a la pareja 'perfecta' para descargar esa bomba. No hay casualidad ni mala suerte.
Cuando las vivencias saludables han sido mayores que las frustraciones, se busca parejas para revivir básicamente lo saludable. En el caso contrario, se revive lo espantoso.
Poco se saca solo con sancionar al homicida. Hay que reeducar a las familias, que son el semillero de psicópatas, asesinos, suicidas, drogadictos, trastornados mentales y sufrientes en general.
Hay que declarar en emergencia a la familia peruana, para que los padres entiendan que la violencia recibida la están trasmitiendo a sus hijos con el cuento de 'corregirlos'. Que como sus padres no controlaban sus impulsos ellos tampoco lo hacen.
Esta campaña debe ser dirigida al inconsciente, porque en el consciente todos queremos ser buenos. El asunto es la fuerza invisible que nos lleva al lado contrario, sin desearlo.
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