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Para qué nos vamos a engañar
Una cosa es reconocer que la revocatoria –o revocación, igual me da– es un derecho ciudadano, y otra, muy distinta, es no percatarse que hay una campañita de demolición en ciernes.
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Pedro Salinas, El Ojo de MordorNo soy de izquierdas. Y nunca lo he sido. Punto. Hago la aclaración por si algún imbécil o descerebrado después de leer estas líneas termina infiriendo eso. Así y todo, liberal o caviar de derechas, o como anarquista que respeta los semáforos, que esa es otra, quiero dejar constancia que me incluyo entre los que voté por Susana Villarán. Y no me arrepiento de ello, les confieso.
Lo hice por varias razones. La más importante de todas: porque sé que es honesta, seria y transparente. Y porque, siendo ella de izquierdas, en su aproximación a las cosas es esencialmente libertaria. Y eso, no sé ustedes, para mí no es moco de pavo en un político peruano. Y bueno. También voté por Villarán porque ya me cansé de votar por la derecha, que también.
Y a ver si nos aclaramos. Una cosa es reconocer que la revocatoria –o revocación, igual me da– es un derecho ciudadano, y otra, muy distinta, es no percatarse que hay una campañita de demolición en ciernes, "magnificando lo irrelevante y disimulando los logros reales de una gestión", como ha delineado Mirko Lauer en su columna.
El objetivo, si acaso no se han dado cuenta, es tumbarse como sea a Susana Villarán y echar sombras sobre su mandato, que es una administración que, quieran o no, está haciendo cosas. La "motivación", según uno de los que busca anular a Villarán (curiosamente, vinculado a Míster Comunicore), es su teórica "ineficiencia". Y yo miro alrededor y pienso: ¿habrá algún pastrulo o panfilote con deeneí que se crea la cantilena? ¿De verdad? Yo sé de algunos que quieren firmar, si me interrogan, ¿pero hay cuatrocientos mil pazguatos limeños? Como sea. Es problema de ellos. Están en su derecho. Faltaría más. Pero, vamos, es difícil aceptar que se hayan creído seriamente la historia. La otra es que hayan entrado en fase de negación.
Dicho de otra manera: no quieren ver lo que es más o menos evidente. Que lo que está detrás de esta teatralización campanuda para traerse abajo a la alcaldesa es sangre en el ojo. Sangre en el ojo de una derecha carca y retardataria, emparentada con lo peor del fujimorismo serpenteante, que ha sido incapaz de aceptar su derrota en las dos últimas elecciones. Y que no tolera ser gobernada por gente que no es de su rebaño o mantiene un pensamiento distinto al suyo, que es, ya saben, el de la caverna. Y que además le tiene urticaria a la Caperucita, a Hellboy y a la capa de Superman por razones cromáticas. Que no come ensaladas por temor a toparse con un tomate encarnado. Y menos engulle una sandía, pues imagina que se está manducando a un ecologista.
Resumiendo. Se trata de la "derecha bruta y achorada", me temo. Aquella que ha sido diagnosticada como un síndrome patológico por Juan Carlos Tafur. Aquella que es inhábil para leer la realidad y, peor todavía, no percibe lo positivo que significa para el país que cierta izquierda asimile que, mercado y democracia son acordes también con sus credos y postulados progresistas.
Llegados a este punto, qué quieren que les diga. Que únicamente espero que el truco de la revocatoria –precipitada y desproporcionada, por donde se le mire– les funcione con unos cuantos tontos, que, de haberlos, los hay. Lo insultante sería que avancen en su ánimo desestabilizador e irresponsable.
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