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Está bien culantro, pero no tanto

Castigos y premios son artículos obligados en el arsenal de educadores, padres y gobernantes. Y todos, aun los más liberales entre nosotros, convenimos en que, por lo menos algunas veces, son inevitables y efectivos.

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Fecha Actualización
Roberto Lerner,Espacio de crianzahttp://espaciodecrianza.educared.pe

Amenazar con un castigo contundente o prometer una recompensa mayor son maneras de asegurarnos de que una conducta se concrete o no se produzca. Sí, es verdad, pero el mensaje, vale decir la narrativa, lo que nuestros alumnos, hijos o gobernados se cuentan a sí mismos, sin saberlo, que es tan o más importante que lo que hacen o dejan de hacer, es distinto según los casos.

Porque el problema es evitar que la explicación que se hace la persona se centre, por lo menos no principalmente, ni en el premio ni en el castigo. Y eso es lo que ocurre cuando son tan grandes que el mensaje termina siendo "lo que hice o dejé de hacer depende de un hecho exterior a mí, no de mis propios sentimientos, y autocontrol". Justamente, las investigaciones muestran claramente que pequeños premios y castigos permiten que se interiorice normas, se aprendan lecciones y se consoliden valores, mientras que las recompensas o las penalidades exageradas pueden cambiar conductas, pero no personas.

En esos casos, la narrativa central termina siendo "hago esto porque obtengo lo otro, más que porque es bueno; mi conducta no es inadecuada, lo que debo tener la próxima vez es más cuidado para que no me agarren con las manos en la masa", por ejemplo. No es lo que buscan una crianza razonable, ni una educación adecuada ni un gobierno justo.