“Esta violenta y orquestada asonada obtuvo como respuesta del gobierno una torpe reacción que se saldó con más de 60 víctimas mortales, hechos que deben ser investigados con rigor y hasta las últimas consecuencias”.
“Esta violenta y orquestada asonada obtuvo como respuesta del gobierno una torpe reacción que se saldó con más de 60 víctimas mortales, hechos que deben ser investigados con rigor y hasta las últimas consecuencias”.

A Boluarte no la pusieron los marcianos; fue elegida vicepresidenta por el voto popular y llegó constitucionalmente a la Presidencia de la República cuando Castillo ensayó un efímero y torpe golpe de Estado. Antes de ser candidata a vicepresidenta, Boluarte fue una activa militante de Perú Libre y entusiasta recolectora de fondos para pagar la caución de Cerrón, proveyendo su propia cuenta de ahorros para tal efecto. En los tiempos de campaña, ella, Castillo y Cerrón posaban con el puño en alto frente a la estatua de Mariátegui, reafirmando sus convicciones marxistas, leninistas y mariateguistas.

Cuando Castillo ganó las elecciones, Boluarte fue una cercana colaboradora, formando parte de cuatro de los cinco gabinetes que el inepto e improvisado golpista ensayó en 16 meses de gestión. Durante su (des)gobierno, Castillo cogobernó con líderes y partidos de izquierda radical, quienes, mientras mantuvieron una cuota de poder, avalaron y colaboraron con los gabinetes más machistas, corruptos e incompetentes de los que se tenga registro. Recién cuando fueron descolgados del presupuesto nacional, salieron de su letargo amnésico y recuperaron la memoria y los megas.

Al asumir la presidencia, Boluarte enfrentó una feroz y muy bien organizada reacción, que reclamaba la restitución del golpista y la instalación de una ilegal Asamblea Constituyente. Esta violenta y orquestada asonada obtuvo como respuesta del gobierno una torpe reacción que se saldó con más de 60 víctimas mortales, hechos que deben ser investigados con rigor y hasta las últimas consecuencias.

Ante ello, tenemos hoy un país fragmentado y un gobierno impopular, débil, sin ideas ni rumbo que se sostiene por una conveniente alianza con una mayoría congresal, que se comporta más como una pandilla de bucaneros asaltando un botín que como representantes de la patria. Atrás quedó la posibilidad de adelantar las elecciones a abril de 2024, iniciativa que, contando ya con primera votación aprobatoria, fue petardeada por quienes insistían en elecciones a 2023 en alianza tácita con quienes no querían ningún adelanto al cronograma electoral.

Si bien la última marcha del 19 de julio tuvo una muy respetable concurrencia, no fue lo suficientemente masiva ni de alcance nacional como para romper el letargo en el que nos encontramos. Así, mientras nada haga prever cambios significativos en el futuro inmediato, el Perú seguirá paralizado, sin inversión, sin crecimiento, sin empleo y sin futuro, a la espera y con la esperanza de la llegada de un nuevo gobierno con un renovado mandato popular que imprima un rumbo claro y encamine al Perú en la senda de la prosperidad.

Mientras llegue ese día, la tarea está en no claudicar en la batalla de las ideas, en persuadir, explicar y entusiasmar a la ciudadanía, desenmascarando la prédica falaz y empobrecedora de quienes —ya identificados— medran políticamente con la pobreza y atraso de los peruanos.