El bombardeo del hospital Al Ahli de la ciudad de Gaza fue el ejemplo perfecto de la guerra informativa que viene librándose en el Medio Oriente. Como dijo un griego, la verdad es la primera víctima en una guerra, pero tampoco esa víctima importa en el reino de Twitter, ahora ‘X’. Hasta The New York Times tuvo que cambiar su titular tres veces conforme nueva información iba apareciendo. En las redes sociales, como ya se sabe, se impone la narrativa más ruidosa y la más indignada. Una excepción es la cuenta de Telegram @southfirstresponders, sumamente gráfica sobre lo que sucede en Gaza. Pero en la tuitósfera, la línea progresista ha logrado consolidar su versión más victimista. Acaso porque el público objetivo de Twitter es una élite culposa. El rasgamiento de vestiduras oscuras da más likes y RT’s, así de simple. Ya sea porque se percibe como la víctima frente al victimario, o porque del otro lado están los Estados Unidos. De cualquier forma, la casta de influencers más indignados se convirtió en esa supraconciencia moral que funge de alcaide del panóptico o sonderkommando de la prisión. A punta de cancelaciones, bloqueos y apanados digitales (o pogromos), este grupo etario se encarga de vigilarse, sancionarse y controlarse socialmente en nombre de la información libre y la democracia digital.

Pero no solo en las redes sociales se impone la narrativa de quien se percibe como la víctima. Para muchos, fue sorprendente ver a profesores de Harvard, Columbia y Cornell lanzando diatribas contra Israel, defendiendo a Palestina y restando a Hamás de la ecuación. ‘Invisibilizándolo’, para usar la jerga poscolonial de la academia. Y los más jóvenes universitarios les siguieron la pista, a juzgar por la encuesta de Gallup que propaló Time: de 2011 a 2014, los demócratas milenials apoyaban a Israel frente a Palestina por 25 puntos de ventaja. Hoy, el mismo grupo etario defiende a Palestina de Israel por 11 puntos. Un cambio de 36 puntos. Y un total de 56% de americanos menores de 30 años que tienen una opinión desfavorable frente a Israel. No sorprende para quienes hayan seguido la historia universitaria de los Estados Unidos. William Buckley se lo dijo hace años a Ronald Reagan: las universidades de la Ivy League son progresistas. La batalla cultural empezó a perderse desde entonces. Los capitalistas enseñarían en clases la soga con la que serían ahorcados, parafraseando a Lenin.

No es extraño que parte de la intelectualidad más sofisticada soslaye la violencia cuando viene de fuerzas subalternas con discursos reivindicativos o revolucionarios. A veces los extremos se juntan, como sucedió cuando el posestructuralismo francés abrazó el estalinismo (Badiou) y el maoísmo (Althusser). La fascinación de los intelectuales socialistas con Stalin podría revisarse en varias páginas que incluirían a Sartre, Hobsbawm, Neruda y un larguísimo etc. (solo Bertrand Russell pudo ver la luz y comparar el estalinismo con el islam). Y el maoísmo francés que admiró Godard parió en La Sorbona a criaturas tan abyectas como Pol Pot, otro ídolo de Sartre.

Pero esta vez la fascinación intelectual por la subversión tiene un claro componente racial. No es casual que académicos como Claudine Gay (Harvard), Cornell West (Princeton) y Russell Rickford (Cornell) coincidan en su cerrada defensa de la causa palestina sin matices ni grietas en sus respectivos razonamientos. Son tres afroamericanos que han decidido imponer sus criterios raciales por encima de todo otro componente ideológico. Como escribe el politólogo alemán Yascha Mounk en su artículo ‘The deep roots of the left’s deafening silence on Hamas’, los activistas pro-Palestina han decidido priorizar las ‘identity politics’ o políticas identitarias antes que criterios ideológicos o políticos. Es literalmente una cuestión de piel. Y entonces, de privilegios. Por lo tanto, es popular entre los jóvenes defender al que es percibido como el ‘underdog’. Y, al separar la histórica cuestión judía de la nación de Israel, la decisión se hace más fácil. Para ellos, el sionismo es simplemente supremacía blanca. Una conclusión contradictoria considerando que la cultura afrodescendiente y judía tienen raíces comunes en Etiopía. Así lo cantó Bob Marley en su clásico himno “Iron Lion Zion”, en honor del ‘León de Juda’, Haile Selassie, último emperador etíope y mesías de los rastafaris, pero también descendiente real de Salomón y David. No pocos han protestado. La escritora Daniella Greenbaum recordó que “los judíos marcharon en Selma, marcharon por George Floyd y por Black Lives Matter. BLM es hoy una desgracia”. Sin embargo, también hubo apoyo palestino a protestas históricas como el tiroteo en Ferguson. E incluso el caso que originó BLM. “La gente pintaba a George Floyd en los murales de Palestina”, anotó Sam Klug, profesora adjunta en la Universidad de Maryland. Alicia Keys pareció entenderlo así, a juzgar por su apoyo a Palestina. También fue el caso de una lista de celebridades que pidió el alto a los crímenes de guerra cometidos por Israel, sin mencionar por supuesto los ataques de Hamás. Una lista que incluye a Mike Leigh, Tilda Swinton y un largo etcétera. No podía faltar Roger Waters, obviamente. Atrás quedaron los tiempos en que Hollywood era una industria manejada por judíos.

Como siempre, la izquierda peruana ha replicado todo lo que hace la izquierda internacional. No importa que la división racial sea diametralmente distinta en Lima en comparación con Nueva York. O que la diversificación religiosa en el Perú sea muy diferente a la de Europa. Cuando allá llueve, acá la izquierda saca su paraguas. Colonialismo cultural, le llamaría un zurdo ortodoxo. Por eso no sorprendió ver una banderola radical pro-Palestina y antijudía colgada en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Después de todo, allá ha habido pintas senderistas y hasta una estatua del ‘Che’ Guevara. Algunos youtubers y portales web fueron más sutiles, condenando la desproporcionada reacción de Israel sin mencionar el ataque terrorista de Hamás, es decir, la noticia de hace unos días. Así es el nuevo periodismo alternativo.

Siguiendo la dinámica digital, al público en general poco le importa ya saber quién bombardeó realmente el hospital. Internet es ese lugar donde uno va a conseguir información que confirme sus prejuicios, dijo Nicholas Negroponte. Pero tampoco importa en Twitter quién lo dijo o si realmente lo dijo. Allí se trata de nuevo de política identitaria, de elegir un bando y de identificarse con un grupo determinado. Al final, todos creerán lo que quieren creer. Y todos serán parte de una discusión global, que es el trending topic o casa del jabonero donde los últimos en llegar al debate resbalan. De esta sutil manera, la guerra en la Franja de Gaza se empieza a frivolizar y se suma a una larga lista de temas que polarizan a la opinión pública peruana en una constante mitosis sin sentido, incluyendo conflictos como el de Fleischmann-Guerrero, el de Reynoso-Gareca o el de Gallese-fan del celular. Polaricémonos juntos. Elija su bando y tuitee.