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Efigies Presidenciales
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Parafraseando al poeta, César Acuña quiere laurearse pero se encebolla. Al ritmo de El Gan Combo, César Acuña cree que los homenajes hay que darlos en vida. Tiene razón, pero usualmente eso implica a una tercera persona. Es decir, la generosidad de un tercero que no sea un entelequia o una excusa retórica como ‘el pueblo’ o ‘el partido’. Véase por ejemplo las frases acuñables “no seré candidato salvo que el pueblo lo pida” o “si el partido así lo demanda, quién soy yo para oponerme”. Pero lo de Acuña sorprende no solo por la exactitud del escultor, que hasta le sacó la basta del pantalón y la posición de las manos. Sorprende, en cambio, por el vibrante color dorado que estaría retocándose. Y por la oposición que ha despertado la escultura dentro de la propia universidad del político. Y a todo esto, ¿para cuándo la escultura a César Vallejo?
El noviembre del 2013, en el obelisco al presidente Augusto B. Leguia -ubicado en la cuadra 24 de la Avenida Arequipa- se inauguró una estatua que reemplazó al pequeño y antiguo busto del dictador, que había sido robado en abril del 2008. No es la primera vez que vandalizan la memoria del polémico Leguía. Su antigua efigie fue retirada de la plaza principal de La Victoria, donde había sido inaugurada con pompa y circunstancia, misa, retreta y champán, según la crónica de la época. Allí se puso finalmente la estatua de Manco Capac, quien, como cuenta un personaje vargasllosiano, “es un puto que con su dedo muestra el camino a Huatica”. Aquella estatua del inca de piedra, por cierto, fue donada por la colonia japonesa para conmemorar el centenario de la independencia del Perú. Ello alimentó la leyenda de que ‘Manko Kapa’ era japonés, como teorizó en un libro de 1926 el historiador Francisco A. Loayza.
Gracias al centenario y las donaciones de los países amigos, Leguía pudo cambiarle el rostro a la capital. Pero además de esas obras, y de acuerdo a la investigadora Johanna Hamann, autora del libro “Leguía, el Centenario y sus monumentos. Lima 1919-1930", el líder de la Patria Nueva se hizo levantar a sí mismo 22 estatuas, tanto en Lima como en provincias. Había alusiones a Leguía en La Punta, en las riberas del río Rímac, en las ciudades de Trujillo y Chanchamayo. Estaba también el pasaje Carmen Leguía, en honor a su madre (hoy jirón Piura); la avenida Juan Leguía, en homenaje a su segundo hijo, aviador en la Primera Guerra Mundial; la avenida en honor a Nicanor Leguía, padre del Presidente (hoy Los Incas en San Isidro). “Y también el actual Instituto Nacional del Niño, que se bautizó con el nombre de su difunta esposa, doña Julia Swayne de Leguía”, como cuenta la crónica leguiísta. También bautizó con su nombre calles, plazas, hospitales y principalmente la hoy Av. Arequipa. El monumentalismo leguiísta de ‘Jupiter’ desapareció casi por completo en los 30s.
En mayo del 2021, la estatua original de Francisco Bolognesi, que había sido desterrada por Odría, volvió a la plaza que lleva su nombre, justo antes del Día de la Bandera (7 de junio). El propio Odría, en cambio, supo esquivar la polémica post mortem. Su estatua está discretamente resguardada en su natal Tarma, en un parque también construido en su memoria. También hay bustos suyos en la provincia de Acobamba y en el colegio San Ramón de Tarma, lugar donde estudió.
José Luis Bustamante y Rivero, por su lado, tiene una estatua de cuerpo entero en la plaza del distrito arequipeño que lleva su nombre. El dictador Luis Sánchez Cerro, en cambio, tiene una figura suya en el cementerio Presbítero Maestro, lugar de actual peregrinaje y devoción de los fascistas de camisa negra de Acción Legionaria.
Valentín Paniagua tiene un discreto busto en el Congreso. A diferencia suya, el arquitecto Fernando Belaunde tiene varios monumentos recordatorios. Tiene un homenaje en Jesús María y un busto inaugurado, con ocasión del centenario de su nacimiento, en el Parque de la Exposición, entre el Paseo Colón y la avenida Garcilaso de la Vega. Y tieen la elegante réplica de la piedra de Saywite en San isidro. El más peculiar está en Tarapoto, ahí lo perennizaron abrazado con su esposa Violeta Correa. El más lejano se encuentra en Buenos Aires, Argentina, por su apoyo en la guerra de Las Malvinas.
El busto de bronce de Ollanta Humala siguió el ejemplo que dio el de Odría. Y por eso sigue pasando piola en Oyolo, en la provincia de Páucar del Sara Sara, en Ayacucho. La obra del escultor Carlos Fry se presentó en sociedad el 8 de julio del 2016, en prensencia de la familia Humala-Heredia en pleno, incluyendo al polémico Don Isaac y al entonces congresista nacionalista José Urquizo. El principal agasajado fue reconocido como ‘hijo predilecto’ del distrito de Oyolo. “Los Humala salen de acá, de Oyolo. Salen los cuatro hermanos y de ahí se van generando las siguientes generaciones. Yo soy una generación, al igual que Nadine, y nuestros padres apuestan por la educación y deciden educarnos”, dijo en su discurso el homenajeado en vida.
El caso de Juan Velasco Alvarado es único. Tiene hasta cuatro monumentos, todos disímiles entre sí y también con respecto al dictador. Uno está en la orbanización La Palma, en Ica. Otro, en el distrito de Incahuasi, en Ferreñafe, Lambayeque. Un tercero en El Pedregal, en el distrito de Majes, Arequipa. Y uno en Villa El Salvador, frente al local de la Cuaves (Comunidad Urbana Autogestionaria de Villa El Salvador) que ayudó a forjar el Sinamos velasquista. A pesar de ello, este último busto ha recibido más de un ataque vandálico. Incluso fue demolido una vez, por lo que tuvo que ser repuesto. Simbólicamente, el Monumento de los Defensores de la Libertad de Expresión, efigie que conmemora la resistencia a la toma de los medios por parte del velasquismo, está en el corazón de Miraflores.
La crónica del noventero diario El Sol recuerda el curioso caso de la estatua de Alberto Fujimori. Cuenta la leyenda que el escultor Miguel Arenas hizo una estatua de bronce del dictador, pero al homenajeado no le gustó. Era 1995 y el reelegido ostentaba unos meses de relativa paz post política. Como no sabían donde colocarla, alguien pensó en el distrito de Pacaicasa, en Ayacucho, como símbolo de la pacificación. Una provocación que traería consecuencias. Fue así como la figura de bronce fundido de 2.20 m. de alto y 360 Kg. fue a parar al cerro de Tantaorco, como relata Juan Gargurevich. Los planes incluían un mirador. Pero tras la caída del régimen, cayó también la estatua, que fue decapitada con una cadena en el cuello.
La estatua de Alan García que iba a estar frente al Teatro Nacional de San Borja aún es un misterio que solo conoce Hernán Garrido Lecca y compañía. Hay una réplica en miniatura que adelanta cómo será, para curiosidad de sus seguidores y enemigos. Lo que sí es una realidad es su busto en el local del APRA, en la Av. Alfonso Ugarte, tras las protectoras rejas y el resguardo de los búfalos de turno, guardia dorada de estos tiempos. Porque si una lección es clara en el monumentalismo peruano, es que el homenaje político tiene que hacerse en cancha local. Porque el odio político en el Perú trasciende la muerte.
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