Duberlí Rodríguez renunció a la presidencia del Poder Judicial. (Perú21)
Duberlí Rodríguez renunció a la presidencia del Poder Judicial. (Perú21)

Por Umberto Jara

Se fue después de hacer malabares propios del mes de julio. En lugar de asumir sus responsabilidades, recurrió a declaraciones primero indignadas, después justificatorias, luego formalistas y, cuando se vio cercado, su resistencia se convirtió en fuga vía una renuncia. Digamos que se enredó en los helechos babilónicos que adornaban su oficina con apariencia de jardín.

Curioso personaje que encubrió con discursos una corrupción mísera, utilizó el artificio de una activa presencia en los medios de comunicación –habrá sido el presidente del Poder Judicial con la tasa más alta de apariciones mediáticas– y mantuvo una red de personajes siniestros que empezaron a brotar en estos días.

Es otro caso de un personaje que utilizó el origen humilde como argumento para dibujar una biografía apócrifa. En 2016, el periodista Fernando Vivas publicó un interesante perfil en el cual Duberlí Apolinar Rodríguez Tineo hacía apología de su origen modesto: un esforzado hijo de campesinos que pasó de una escuelita con una sola profesora a magistrado de la Corte Suprema. Es un mérito ese tránsito, sin duda. Pero cuando la modestia del origen se queda al margen en un recodo del camino, entonces el argumento se convierte en inmoral. Es el mismo uso perverso del relato del emprendedor realizado por Alejandro Toledo y su pobreza en Cabana y, en estos días, por el aún no investigado Antonio Camayo que vendía golosinas y cantaba, dice él, en los microbuses para convertirse luego en rotundo empresario automotriz.

Biografías trucadas como la de Duberlí, que pasó de ser militante comunista (preso en dos ocasiones) a juez impartiendo condenas, tras previa escala como diputado 1985-1990 en Patria Roja, una organización que en esos tiempos de bombas y atentados tenía afinidades mortales con el terrorismo, como aquel proyecto de ley N° 415 presentado el 14 de diciembre de 1985 por los congresistas Duberlí Rodríguez, Yehude Simon, Julio Castro Gómez, Manuel Dammert y Manuel Piqueras con el objetivo de conceder amnistía a los terroristas, incluidas dos exigencias: la restitución de los bienes de los que hubiesen sido privados y esta otra que vale citar textualmente: “El Poder Judicial y el Poder Ejecutivo procederán en el día, bajo responsabilidad, a eliminar los antecedentes penales o judiciales que pudieran existir contra los amnistiados”. Artículo 5° del proyecto mientras las bombas tronaban en las calles y los ciudadanos peruanos eran muertos por la demencia terrorista.

La última puesta en escena de Duberlí fue aferrarse al cargo durante dos semanas y encubrir a un corrupto de magnitud como su colega supremo César Hinostroza, al que dispensó vacaciones bajo el argumento de que no podía sancionarlo, pero olvidó que sí estuvo dispuesto a sancionar al estricto juez Richard Concepción Carhuancho. Cosas de Duberlí cuando era supremo.

Ahora que salió del escenario, uno revisa declaraciones suyas y, como suele ocurrir cuando las caretas caen, asoman evidencias interesantes. Vamos a quedarnos con una que aparece en el perfil realizado por Fernando Vivas. Allí dice Duberlí: “En primer lugar, admito y acepto con hidalguía que el PJ tiene muchos males. Pero para mí, el principal no es la corrupción, es la lentitud procesal”. Diestro en los volatines verbales, supo culpar al efecto para ocultar la causa: la lentitud existe porque la corrupción la necesita. El expediente que avanza es el expediente pagado. Reconozcámosle un atributo al pequeño Duberlí: desde la universidad le reconocieron habilidad para los discursos. En realidad, se llama talento para la demagogia. El problema es que, al final, la demagogia pierde ante la realidad. Duberlí quiso utilizar la lentitud de su renuncia y terminó sucumbiendo ante la causa principal que él negaba: la corrupción.

En esta historia hay una sola nobleza que se mantiene vigente: la que corresponde a la laguna de Las Huaringas. En esas aguas chapoteó Duberlí con su amigo, el supremo Francisco Távara, que dolorosamente le ha tenido que recibir la carta de renuncia. En esas aguas también zangolotearon Alberto y Kenji Fujimori. Hay, pues, nobleza en Las Huaringas: no purifican a quienes no deben purificar.