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Alias 'La Gata': De cómo una joven se convirtió en asesina
A tres meses de su captura, en esta nota recordamos quién es Shirley Silva, alias La Gata, la joven de 22 años que mató a dos personas en menos de una hora.
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Disparó en la cabeza al dueño de un chifa porque su plato no le gustó. (Luis Centurión/Perú21)
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Shirley Silva Padilla es asesina confesa de dos hombres. (Luis Centurión)
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Shirley Silva Padilla confesó, entre risas, que casi mata a su acompañante. (Perú21)
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Shirley Silva Padilla
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Fabricio Escajadillo hizo sus descargos en su cuenta de Facebook.
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Shirley Silva Padilla
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Shirley Silva Padilla
Fecha Actualización
Rompe el tejido muscular. Cuando un proyectil ingresa al cuerpo, primero rompe el tejido muscular. Solo entonces comienza un viaje salvaje: un trayecto que perfora venas y arterias, que rasga los órganos mayores, que rebota entre la carne hasta encontrar un lugar donde detenerse.
Una bala en el cuerpo siempre produce hemorragia. La respiración se contrae poco a poco. No hay dolor. No hay llanto. Una persona baleada, a veces, ni siquiera llega a emitir algún susurro.
—Solo escuché que dijo 'ay' y se quedó ahí nomás, tendido.
A quemarropa
La noche del 25 de octubre de 2017, en San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado de la capital, Shirley Silva Padilla disparó dos veces contra Álex Maticorena (21), un DJ, su excompañero de clases. Era miércoles.
Había estado tomando con Francisco Alhuay (31), su novio de paso, cuando Álex se les cruzó y, sin motivo aparente, se enfrascaron en una discusión, golpe tras golpe.
Shirley, entonces, sacó una pistola Browning que había robado, por la mañana, a Saúl Huilcaya (40) —la misma con la que amenazó a su familia para que le diera dinero— y disparó a quemarropa. Una, dos veces.
Mientras Álex se desangraba en la vereda, ella y Francisco caminaron hacia un chifa de la avenida Santa Rosa, a pocos minutos de allí, y ordenaron un arroz chaufa.
Cuando Fredy Marcas (27), el cocinero, lo puso sobre la mesa, Shirley alzó la voz para reclamar que había, en el plato, una presa mínima.
— ¿Esto es lo único que viene?— preguntó.
—Sí, señorita— dijo él, y no pudo decir nada más.
— ¿Esto es lo único que viene?— preguntó.
—Sí, señorita— dijo él, y no pudo decir nada más.
Shirley volvió a apretar el gatillo. En menos de una hora, se había llevado de paso a dos personas, pero no le importó demasiado: los dejó tendidos sobre el pavimento; después, en una mototaxi, llegó hasta el hotel El Dólar junto a Francisco. De la mano. Parecían felices.
Pero luego, mientras ella dormía, Francisco la delató: fue a la comisaría y le contó a la policía. Los agentes la encontraron allí, en el hostal, desparramada sobre las sábanas. Ambos —se sabría después— pertenecían a la banda ‘Los diabólicos de San Juan de Lurigancho’: él ya registraba una entrada al penal, ella tenía ya un prontuario de miedo. Detrás de sus ojos brillaba una impenitencia absoluta.
— ¿Estas arrepentida?— le preguntó un agente, mientras la grababa.
—Es que yo no sé, no me acuerdo. Estaba borracha, es como si no los hubiera matado— dijo Shirley, sonriendo casi. Le decían La Gata.
—Es que yo no sé, no me acuerdo. Estaba borracha, es como si no los hubiera matado— dijo Shirley, sonriendo casi. Le decían La Gata.
Tenía 22 años, una compilación de fotografías con armas, desnuda, videos pornográficos –se prostituía para drogarse– y tenía, sobre todo, una biografía de terror donde se refleja un país violento: al menos 477 asesinatos anuales de acuerdo al Comité Estadístico Interinstitucional de la Criminalidad (CEIC), una mano en el gatillo, el gatillo apuntando, y un disparo.
Infancia vulnerada
En 1995, el mismo año en que Sendero Luminoso hacía explotar un coche bomba frente al hotel María Angola, en un barrio llamado Villa Hermosa, Canto Grande, SJL, nacía Shirley Silva. Dicen que era una niña tímida, introvertida, solitaria casi.
Miguel Ángel Silva, su padre, la abandonó a los 14 años, y ella quedó a cargo de sus tres hermanos. De su madre no hay rastros. No terminó la secundaria (se quedó en el primer año). Nunca fue buena en colegio.
Para ella, en ese barrio marcado por la miseria y la delincuencia, en la calle, en las noches de sexo y alcohol y drogas, estaba la vida, lo más cercano a la felicidad.
El chico que deliraba con terocal y cigarrillos de marihuana. La chica que se acostaba con diez mientras jalaba cocaína. La que vendía drogas con uniforme de colegiala. El que se cortó las venas. Ellos eran sus amigos.
Shirley "es una representante visible de una generación que a muy corta edad ya está cancelada", señala el historiador Augusto Lostaunau en uno de sus artículos.
"Su caso demuestra, de forma clara, el homicidio por ferocidad, un delito que trae consigo una conducta psicópata penada por la ley. Pero, sobre todo, nos muestra la crítica situación que el país atraviesa para atender la salud mental, que cada día va en aumento", ha dicho el abogado César Nakazaki, a través de un vídeo en Facebook.
Le fascinaban las películas de terror y las series sobre asesinos. Dicen que escribía sobre la muerte. Que hablaba sobre la muerte. Que tenía una fascinación con la muerte. Dicen, también, que el día en que su padre se marchó, Shirley lo apuntó con un cuchillo.
Sea como fuere, empezó a delinquir muy pronto: a los 18 años, en octubre de 2013, asaltó un chifa de la avenida Próceres de la Independencia y, solo un año después, en mayo de 2014, atacó a un sereno en Jesús María.
En ambas oportunidades fue llevada a la comisaría. El día en que la detuvieron por asesinar a dos personas, en su Facebook, Shirley escribió: "Gente, su Gata regresará con más fuerza”.
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Atrapada
No habló. Durante el interrogatorio que se le realizó en el departamento de investigación criminal de San Juan de Lurigancho, Shirley Silva no habló. Su abogado, Constantino Cárdenas, le recomendó acogerse a su “derecho a guardar silencio”.
Cinco días después de los homicidios, el titular de la Segunda Fiscalía de SJL, Offir Huaytalla Muñoz, dictó nueve meses de prisión preventiva. Hoy Shirley Silva pasa sus días en el Penal Anexo Mujeres de Chorrillos.
La noche antes de su reclusión, alias 'La Gata' durmió en la carceleta de la Corte Superior de Justicia de Lima Este. No quiso cambiarse de ropa. No quiso hablar con nadie. De nade se despidió. Ese día no pidió un chaufa: apenas un ceviche con papa a la huancaína.
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