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Colección del Bicentenario 200 años de la Economía en el Perú: ’Odría: de la bonanza y la gran minería a la crisis política’

En sus primeros años, el gobierno de Manuel Odría fue popular por sus medidas económicas y sociales que trajeron aires de prosperidad, pero sus excesos políticos incubaron su propia crisis.

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Fecha Actualización
ENTREGA 17
Entre 1948 y 1956 go­bernó el Perú el general Manuel Arturo Odría, un político autoritario con algunos rasgos populis­tas, cuya gestión, sin embargo, trajo un periodo de bonanza económica. El Ochenio, como se le conoce a su gobierno, con­tribuyó a la liberalización de la economía en el país y atrajo inversiones de grandes capita­les del exterior, como lo expli­camos en el fascículo anterior.
Como parte de esas políti­cas, en 1950 se promulgó el Có­digo de Minería, un conjunto de normas que creó condicio­nes atractivas para la inversión extranjera en este sector, sobre todo para la estadounidense que quedó exenta de la doble tributación. Es decir, las firmas del sector ya no tenían que pa­gar en el Perú y en sus países de origen el total de impuestos por las ganancias obtenidas aquí, sino que por medio de un acuerdo entre gobiernos se establecía cómo se repartiría la tributación entre ambos para evitar un pago excesivo de im­puestos. Esto incentivó el desa­rrollo de proyectos mineros de gran envergadura, los mismos que necesitaban grandes mon­tos de inversión. En tanto, el capital nacional se especializó en desarrollar proyectos mine­ros medianos y pequeños.
El nuevo escenario para la minería brindaba incentivos tributarios (como la deprecia­ción acelerada de la inversión inicial) a las empresas que de­sarrollasen yacimientos mar­ginales o de alto riesgo. Con el Código Minero y las buenas condiciones de la economía mundial luego de la Segunda Guerra Mundial, el resultado fue un aumento de la inversión en el sector.
Una muestra fue el pro­yecto de explotación del yaci­miento de hierro de Marcona, en Ica, que implicó la firma de un contrato con la empresa Marcona Mining Co. Sin em­bargo, el caso emblemático es el de la primera gran mina de nuestro país: Toquepala, en Tacna, que produce prin­cipalmente cobre y en menor cantidad molibdeno y otros minerales.
Toquepala y el cobre
La compañía norteamericana Asarco, a través de su filial en el Perú, Southern Perú Copper Corporation (SPCC), desarrolló el proyecto de cobre Toquepala en 1952, cuando se suscribió el contrato. Un año más tarde, se llevó a cabo la constitución de la empresa SPCC, a la cual se le confió la explotación de dichos yacimientos. Con el inicio de operaciones en Toquepala se generó un salto en la produc­ción de cobre y también en el PBI de la minería metálica. El efecto de la mina en el sector se vio reflejado en el claro in­cremento que hubo entre 1952 y 1955, cuando la producción del sector aumentó de un equi­valente actual de US$5,341.3 millones a US$6,346.9 millo­nes en ese periodo, revelando un aumento de 18.8%. Si esa variación ya parece significa­tiva, en los siguientes años no haría más que incrementarse de forma ininterrumpida has­ta 1968, cuando la situación política y económica cambia con el golpe de Estado del ge­neral Juan Velasco Alvarado, un militar y político de orien­tación opuesta a la que tenía Odría.
Un ejemplo del ritmo de crecimiento del sector es que las exportaciones mineras se duplicaron entre 1959 y 1961, debido en gran parte a las in­versiones realizadas en 1959 en Toquepala y Acarí, que se materializaron en mayores niveles de producción a princi­pios de los años sesenta. El co­bre fue uno de los que impulsó los mejores tiempos de la mi­nería, pues la producción de este mineral se cuadriplicó. En el mismo período, la produc­ción de plata y hierro aumentó en más de 20%, la de zinc subió en casi 30% y la de plomo se expandió en 12%. En resumen, fueron casi dos décadas de éxi­to ininterrumpido gracias a la promoción de las inversiones y del empleo en la industria minera.
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Tarma corazón
Odría tenía un afecto y pre­ferencia especial por la sierra central, pues nació en Tarma, Junín, un 26 de noviembre de 1897. Por ello, en su plan de obras de construcción y mejo­ras no dejó de lado a la llama­da “Perla de los Andes”, su tie­rra natal, y alrededores. Varias perduran hasta la actualidad. Entre las obras realizadas figu­ra la construcción de un mo­derno hospital para la época, colegios, un instituto tecnoló­gico, una catedral, el estadio e inclusive un hotel turístico que hasta hoy funciona como tal.
En el sector educativo se levantaron escuelas según el número de habitantes, di­vidiendo las instituciones educativas en A, B y C, depen­diendo de la cantidad de alum­nado. Siguiendo estos criterios, las escuelas primarias de tipo A, para más estudiantes, se construyeron en Huancayo, Concepción, Jauja, Tarma, Cal­ca y Acobamba. Entre las obras emblemáticas desarrolladas en Tarma, figura la Gran Uni­dad Escolar (GUE) San Ramón. En paralelo, el Gobierno tam­bién otorgó subsidios para que se concluyera la construcción y mejora de escuelas.
En cuanto a salud y bienes­tar, se construyó el Hospital de Tarma, una edificación de seis pisos; igualmente el Comedor Popular Mixto y se implantó el servicio social del Vaso de Le­che para atender a las madres y niños.
Para la agricultura, se cons­truyó el canal de irrigación de la margen izquierda del río Mantaro, proporcionando rie­go para 8,620 hectáreas entre Jauja y la Quebrada Honda. Esto, además, fue de la mano con la instalación del obser­vatorio meteorológico de Villa Rica (entonces parte de Junín) para beneficio de los agricul­tores de todo el departamento al que pertenecía Tarma. En Oxapampa (antes parte del departamento de Junín) y Aco­bamba también se instalaron servicios eléctricos. Además, en Huancayo, Jauja, Oroya, Chupaca, Ahuac, Acobamba y Yauli se cambiaron e instalaron redes de agua y desagüe.
Intolerante y autoritario
Si bien Odría se caracterizó por promover el libre mercado, el empleo, la apertura comercial y el respeto al papel del Ban­co Central de Reserva del Perú (BCRP), todo ello no podía ne­gar su autoritarismo, el cual fue severamente criticado, cosa que también le resultaba intolerable.
Odría nombró a Pedro Bel­trán Espantoso como presi­dente del BCRP en 1948 y eso significó una política de eco­nomía libre que contribuyó al desarrollo del Perú. Sin embar­go, Beltrán renunció al cargo en abril de 1950 cuando Odría detuvo y desterró al cajamar­quino Eudocio Ravines Pérez, quien entonces dirigía el diario La Prensa, propiedad de Bel­trán. Ravines había pasado por las filas del APRA, luego por el Partido Comunista Peruano, donde inclusive fue dirigente, pero se alejó de esta postura optando por el liberalismo eco­nómico y el anticomunismo. Publicar una caricatura le valió el destierro.
Se proscribió al APRA y al Partido Comunista y se persi­guió a sus líderes. Por ello, Víc­tor Raúl Haya de la Torre acabó asilándose en la sede de la Em­bajada de Colombia en Lima.
El doctor Federico Prieto Celi, antiguo periodista y catedráti­co, cuenta que Odría combatió a los partidos democráticos opositores a su gobierno, a tal punto que “el Gobierno dete­nía a un aprista y lo enviaba al penal de El Frontón, a la pe­nitenciaría, a pasar varios días, semanas, meses y años ahí. Es­tos detenidos no pasaban por el Poder Judicial. Eran detenidos políticos y lo que sucedía era una arbitrariedad que ahora no existe”. “Un tío, hermano de mi mamá, era muy joven y estuvo preso unos meses en la Penitenciaria de Lima por ser aprista. No había cometido nin­gún delito, solo era político. Mi padre, que no tenía nada que ver con política, habló con el jefe de la prisión y después de unos meses se hizo responsable y lo sacaron”, cuenta Prieto Celi.
En esa época la Policía esta­ba dividida en tres cuerpos, la Guardia Civil, la Guardia Repu­blicana y la Policía de Investi­gaciones del Perú. Y la investi­gación sobre el APRA la hacían los “soplones”, que era como llamaba la gente a los policías del último grupo.
Para 1955 ya se sentía la cri­sis y la aproximación del final del gobierno de Odría, en me­dio de fragmentaciones dentro de su propia administración y el temor de sectores políticos ante la posibilidad de que bus­cara permanecer en el poder al finalizar su mandato. El dia­rio La Prensa, de Pedro Beltrán, publicó el Documento del 20 de julio de 1955, un conjunto de planteamientos que incluían una reforma electoral y la dero­gatoria de varias normas, todas como producto del pronuncia­miento de 111 personalidades sobre cómo deberían desarro­llarse las elecciones de 1956. El manifiesto fue firmado por Luis Alayza y Paz Soldán, Luis Bedoya Reyes, Fernando Be­launde Terry, Javier de Belaun­de Ruiz de Somocurcio, Pedro Beltrán, Honorio Delgado, Car­los Enrique Ferreyros, Alfonso Grados Bertorini, Sebastián Salazar Bondy, por mencionar solo algunos.
La crisis y el fin del Ochenio
A los pocos meses se formó la Coalición Nacional, que fue li­derada por el mismo Beltrán, así como por Pedro Roselló Truel y Manuel Mujica Gallo. Esta fue presentada en la ca­pital y luego en Arequipa, el 21 de diciembre de 1955. La Coa­lición fue atacada por decenas de personas enviadas por el Gobierno con el fin de impedir el ingreso al teatro municipal de la Ciudad Blanca. La Policía no hacía nada.
Tanto los líderes de la Coali­ción como la población se con­centraron en la Plaza Mayor y se convocó a un paro en toda la ciudad, los días 22 y 23 y di­ciembre, congregando a multi­tudes. Los opositores de Odría solicitaron la renuncia del mi­nistro de Gobierno y Policía, Alejandro Esparza Zañartu, un oscuro personaje, debido a los abusos que se habían come­tido contra los movimientos opositores. Asimismo, pidie­ron la derogación de la Ley de Seguridad Interior y una refor­ma electoral. Las protestas se extendieron hasta la víspera de Navidad, cuando Esparza finalmente dejó el Gobierno.
La convocatoria a eleccio­nes marcó los últimos me­ses del Ochenio y abrió las puertas al retorno de varios opositores, entre ellos, el ex­presidente Manuel Prado Ugarteche. A los comicios de junio de 1956 se presen­tó Fernando Belaunde Terry como candidato del Frente de Juventudes Democráticas (la base de lo que sería Acción Popular) y peleó la candida­tura con Manuel Prado, quien hizo una alianza con el APRA (que no podía participar en los comicios), gestada por el líder aprista Ramiro Prialé.
En el diario La Crónica de Manuel Prado se publicó una estrella de cinco puntas con la frase: “Voten por Manuel Prado”. Los seguidores del partido de Haya de la Torre entendieron la consigna. Hay quienes dicen que esas elec­ciones las ganó Belaunde y que el presidente del Jurado Nacional de Elecciones le fue a decir a Odría: “Ha arrasado Belaunde”. Pero él respondió: “Manuel Prado es el presiden­te”. El testigo de esa conver­sación habría sido el médico de Odría, pues este se había roto una cadera y estaba in­ternado en el Hospital Militar. Prado y el general tuvieron un acuerdo conocido como el Pacto de Monterrico: no se le abriría investigación alguna a pesar de sus evidentes signos exteriores de riqueza que no se correspondían con sus in­gresos, una situación que se repetía entre sus allegados y militares en altas posiciones del Gobierno.
Años después, en 1962, Odría intentó regresar a la presidencia, pero sin éxito. En 1968, con el golpe de Velasco, se retiró de la política. Odría sufrió un infarto y falleció el 18 de febrero de 1974. Sus res­tos fueron llevados a Tarma, su tierra natal.
El tiempo en que muchos migraron de la sierra a la gran ciudad
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A comienzos del siglo XX, la tasa de mortalidad ascendía a 3.5% en el Perú. Para los años 50, con las mejoras sanita­rias y de los servicios de salud luego de la Segunda Guerra Mundial, ese ratio disminuyó y la población creció. Las ciu­dades de la costa se desarro­llaron, Lima de una manera excepcional, y el resto del país no se limitó a observar. Se ini­ció una migración de la sierra a la costa en busca de mejo­res ingresos y condiciones de vida. Se concentraron sobre todo en Lima, pero asimismo en Chimbote, Piura, Chiclayo, Trujillo y Tacna. También se dio un movimiento de la sie­rra a la selva, pero en menor medida.
Ciudades importantes de la sierra como Cusco, Caja­marca y Ayacucho tuvieron una desaceleración demo­gráfica. La excepción fue Huancayo, pues contaba con más dinamismo por su ubi­cación y el auge minero de la sierra central. Al colindar con Cerro de Pasco, por el norte, y con Huancavelica, por el sur, abastecía a varios asen­tamientos mineros que la rodeaban.
Los migrantes que llega­ban a Lima provenían sobre todo de Ancash, Junín, Huan­cavelica y Ayacucho. Sin preparación académica, se ubica­ban en empleos domésticos y puestos de mano de obra no calificada, con salarios bajos. Su condición económica no les permitía adquirir propiedades o acceder al sistema financiero por lo que invadieron grandes terrenos, lo que fue dando un nuevo perfil a la periferia de Lima, surgiendo asentamien­tos y construcciones que refle­jaban la precariedad e informa­lidad de su situación.
Llegan artefactos del hogar y abren supermercados
A mitad del siglo XX, muchas casas en el Perú experimentaban una transformación con el arribo de tecnología que facilitó la vida diaria.
Contar con una refri­geradora en las casas de clase media y alta cambió la forma de hacer las compras de alimen­tos y de almacenarlos, pues se podían conservar más tiem­po, e inclusive de preparar las comidas. Una de las primeras que se importó fue de la marca Frigidaire, cuyo nombre resue­na aún pues se convirtió en la denominación del producto. La marca norteamericana llegó a finales de la década de 1950, con el slogan “Causarán sensación”.
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Asimismo, la llegada de electrodomésticos como la li­cuadora y la batidora hicieron obsoleto el uso del batán y re­dujeron el tiempo que tardaba la preparación de los platos a la mitad o incluso más. En para­lelo, la limpieza de las casas se facilitaba con novedosas aspi­radoras y lustradoras.
El entretenimiento no quedó de lado. La difusión del tocadiscos trajo la posibilidad de organizar fiestas en casa de una forma novedosa. En tiem­pos de mambo, merengue y de la Sonora Matancera, se daban reuniones bailables entre ami­gos y familiares que quizás hasta hoy muchos hogares re­cuerdan.
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La televisión también se abrió un espacio aunque en­tonces aún era un aparato muy caro. Una de las marcas de los 50 fue Magnavox, que se ofrecía con mueble de madera extranjera con finos acabados. También se vendían los televi­sores Silverstone a precios que podían llegar a los 10 mil soles de oro (actualmente sería casi US$3,595).
Nuevas formas de comprar
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Por esa época también aparecie­ron los primeros supermerca­dos, donde las familias podían conseguir mayor variedad y cantidad de productos para toda la semana. El primero de los su­permercados fue Super Market, de los hermanos Aldo y Orlando Olcese. Abrió su primer local en la avenida Larco, en Miraflores, y llegó a tener hasta 12 tiendas en ese distrito, así como en San Isi­dro, Jesús María, San Borja y Cer­cado de Lima. Más adelante, con la expropiación en la dictadura del general Juan Velasco, pasó a llamarse Super Epsa.
A comienzos de los 50 también abrieron las tiendas Monterrey, cuyo primer local estuvo en el Jirón de la Unión del centro de Lima. A diferen­cia de otras cadenas, logró una rápida expansión en el interior del país en los años siguientes y tuvo locales en Cusco, La Li­bertad, Lambayeque, Piura y Arequipa. Lamentablemente la crisis de los ochenta y el te­rrorismo forzaron su cierre a inicios de los noventa.
En 1958, la familia Majluf entró al rubro de supermerca­dos con Scala Gigante, el pri­mer hipermercado del Perú, que se ubicó en la Av. Alfonso Ugarte, en el distrito limeño de Breña, y con los años abrieron más almacenes en otros distri­tos. En los ochenta la empresa fue transferida al grupo Brescia que a su vez vendió los super­mercados a la chilena Santa Isabel. Ya en el siglo XXI pasó a ser Supermercados Peruanos.
También existió TIA, Tien­das Industriales Asociadas, de capital colombiano. La cadena llegó en 1958 y se expandió por varios distritos, pero la crisis de los 80 la ahuyentó.
Otro tipo de negocio que se introdujo al Perú fue el de las grandes tiendas por departa­mentos como la norteameri­cana Sears. En 1951 inició sus operaciones a través de la venta por catálogo y se constituyó en 1953 bajo el nombre de Sears Roebuck del Perú S.A. Para en­tonces el formato más parecido era el de la tienda Oeschle, un almacén de fines del siglo XIX que fue transformándose. En cuanto a Sears, recién en 1957 abrió su primer local en San Isidro, en Av. Paseo de la Repú­blica, donde hoy se encuentra Saga Falabella, firma chilena con la que se fusionó a media­dos de los 90.
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