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Colección del Bicentenario 200 años de Economía en el Perú: ‘La Guerra con Chile, la devastación y lo que perdimos’

Fue el más grave de los conflictos que el Perú ha enfrentado y nos dejó la peor de las crisis. Fuimos heridos de gravedad por el agresor chileno que destruyó las industrias y se quedó con parte de nuestro territorio y sus riquezas.

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Fecha Actualización
SEXTA ENTREGA
La dimensión de la cri­sis que atravesó el Perú también se relaciona con el estado en que se encontraba el país cuando Chile le declaró la guerra que duró desde 1879 hasta 1884. Estábamos sin acceso al finan­ciamiento internacional y los ingresos del Estado tendían a reducirse. Todo esto a conse­cuencia de la estatización del salitre y la suspensión del pago de la deuda externa en 1876.
Para financiar la guerra con Chile, el Perú aumentó algu­nos impuestos, entre ellos el que se aplicaba a las ventas de azúcar al extranjero, y accedió a financiamientos locales du­rante el primer año del enfren­tamiento bélico.
Estas medidas fueron toma­das debido a que, desde el día que fue declarada la guerra, el 5 de abril de 1879, quedó blo­queado el puerto de Iquique y, en mayo, varios muelles pe­queños de Pabellón de Pica y Guanillos (Tarapacá) habían sido destruidos por las fuer­zas chilenas. Esto, sumado al bloqueo marítimo que efec­tuó Chile por Cabo de Hornos, generó que el Perú se viera im­posibilitado de usar el guano para conseguir recursos, y mu­cho menos el salitre.
En adelante, los únicos re­cursos relacionados con el guano que tenía el Perú fueron de consignatarios menores, de Europa y Estados Unidos, por ejemplo, pero la mayor parte de los adelantos de estos no estaban disponibles, pues su uso ya estaba comprometido con el pago de bonos u otras obligaciones financieras. En ese contexto y en medio de la desesperación por obtener dinero para comprar arma­mento, el Perú logró acceder a 266,664 libras, lo que hoy sería unos US$9'262,183 millones. El monto, la verdad, ni siquiera permitía cubrir los gastos del país presupuestados para ese año.
También se aplicó impues­tos a Bolivia por la importación de productos, así como de un préstamo de la banca local por 880 mil soles (lo que hoy equi­valdría a US$22.9 millones). Los bancos que participaron fue­ron el Banco Garantizados, el Banco de la Providencia, el Ban­co Territorial y el Banco del Perú.
Billetes y primera hiperinflación
Al necesitar más recursos para cubrir los gastos militares y sin acceder a financiamiento ex­tranjero, el Perú optó por emitir soles en billetes. Estos le permi­tieron al país cubrir parte de los gastos de la guerra en el bienio 1879-1880 y significaron entre 25% y 30% de los ingresos de ese periodo, pero el costo fue altí­simo: tuvimos una hiperinfla­ción de casi 1,000%.
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Durante esos años circula­ban varias monedas, pues, ade­más del sol, también se usaba, aunque en menor medida, el feble boliviano, la libra esterlina y una moneda adicional: el Inca.
Debido a esto y al uso masi­vo de papel moneda devaluado, el 23 de marzo de 1880, el en­tonces presidente Nicolás de Piérola estableció por decreto que la unidad monetaria en el Perú fuera una moneda de oro denominada Inca, con el afán de unificar y sanear el sistema monetario del país. Para ayudar con este cambio, los mismos bancos empezaron a emitir sus billetes con fecha de caducidad para instar a los usuarios a que cambiaran sus billetes por el novedoso Inca. No obstante, el uso del sol continuó vigente.
Luego de la guerra con Chile, el país continuó con los inten­tos de dejar el uso de billetes y mantener el de las monedas. El cambio generó que en 1884, el valor de una moneda de plata de un sol equivaliera a 35 soles en billetes. Los peruanos, sin duda, prefirieron siempre el chin chin de las monedas me­tálicas, es decir, el contante y sonante.
El arrase chileno: la expedición Lynch
La guerra con Chile trajo consigo una destrucción sistemática de la capacidad productiva del país entre setiembre y noviembre de 1880, lo cual hizo mella en la ya alicaída economía de la déca­da previa. Nuestra producción agraria y cultivos emblemáticos sufrieron los embates. Uno de ellos fue la caña de azúcar.
Zonas de producción eran Arequipa, el valle de Locumba, Chincha, Cañete, Lima, Chan­cay, Huaura y Supe. Chimbote contaba con el establecimiento azucarero más valioso del país en 1880, debido a su capacidad exportadora. Los edificios en donde se ubicaban talleres de carpintería, fábricas, herrería, entre otros, tenían un valor de 80 mil libras esterlinas (que actualmente se traducirían en US$13'394,648). Las casas de empleados valían más de la mi­tad de dicho monto. Además, la oficina de destilacio´n contaba con un alambique escocés que llegaba a producir 180 galones de alcohol de 40 grados cada hora, alcanzando un prome­dio de 40 mil libras esterlinas (US$6'697,324).
Las tropas enemigas lle­garon hasta varios sectores agrícolas de nuestra costa. El coronel chileno Patricio Lynch desembarcó en la costa perua­na y se dirigió, flanqueado por 300 hombres del Colchagua y un pelotón de Granaderos, ha­cia la hacienda de Palo Seco, en Chimbote. Al llegar se encontró con Arturo Derteano, a quien le exigió el pago de un rescate en dinero o especies, en tres días, para no quemar la hacienda y cultivos de caña del lugar. El hacendado aceptó y alistó una carga de azúcar y otras espe­cies; sin embargo, el 13 de se­tiembre de 1880, el presidente Piérola prohibió el pago a los ocupantes chilenos bajo pena de traición a la patria.
Enterados de esta medida que cancelaba el cobro de es­pecies, el comandante chile­no Manuel José Soffia inició la destrucción de la hacienda con ayuda de 400 trabajadores chinos que se encontraban en­cerrados en corrales del lugar. Incendiadas las propiedades, esa misma tarde, las tropas chi­lenas dinamitaron la maqui­naria de la hacienda, dejando todo inutilizado. Las crónicas de la época cuentan que los soldados chilenos esparcían el ron, producido por la caña, para avivar el fuego. A las 5 de la tarde de aquel 13 de setiem­bre, toda la hacienda era una hoguera. Para la noche, las ha­ciendas de Puente, Rinconada y Palo Seco ya estaban en ruinas.
Una ruta de fuego y dinamita
Tres días después, y luego de destruir un cargamento de ar­mas, Lynch volvió a Chimbote para desaparecer toda la adua­na de madera. El 17 de setiem­bre, los navíos chilenos salían en altamar hacia el norte del Perú.
En sus incursiones, Lynch debía respetar las propiedades extranjeras de Francia, Inglate­rra, Estados Unidos, entre otros, como el ferrocarril de Eten a Lambayeque o el de Chimbote, o varias haciendas registradas como capital extranjero.
Incluso, la cañonera inglesa Pinguin fue enviada a Chim­bote para seguirle los pasos a Lynch y compañía, para garan­tizar el respeto a las propieda­des inglesas durante su devas­tadora expedición.
La expedición arribó a Pai­ta el 19 de setiembre, luego de eliminar los cargueros de las islas Lobos de Afuera, y recorrió tierras norteñas en Piura para devastarlas. Al desembarcar en Paita, Lynch exigió al pueblo 10 mil pesos, pero nadie pagó y la aduana de hierro del puerto fue la primera en ser dinami­tada. Dependencias fiscales y estaciones del ferrocarril fue­ron arrasadas también, salvo la propiedad neutral. La expe­dición chilena dejó Paita luego de tres días de destrozos, el 22 de setiembre.
De Paita, la destrucción llegó a puerto Eten, en Lambayeque, la mañana del 24 de setiembre. Cinco ferrocarriles lograron es­capar. Luego de varias dificul­tades para desembarcar en el puerto lambayecano, el 26 de setiembre logró descender la caballería chilena. Uno a uno se fueron ocupando todos los pue­blos del valle.
En Chiclayo el 27 de sep­tiembre, Lynch impuso un cupo de 20 mil pesos que nadie pagó. Hubo incendios y saqueos por todas partes. Los invasores alentaban a los peruanos más empobrecidos a saquear los in­muebles de los que rescataban utensilios y muebles.
En Lambayeque, las hacien­das que se salvaron fueron las del chileno Ramos, a quien se le impuso un pago en anima­les y especies, y la de Tumán, propiedad del presidente Par­do. Trujillo también fue puesto bajo condiciones de pago a las tropas chilenas.
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La lenta recuperación del azúcar y el algodón
El impacto de la Guerra del Pa­cífico sobre el sector agrario fue devastador; vimos desaparecer casi por completo los sectores del boom exportador. Luego del conflicto, los campos de cultivo de la costa experimen­taron una lenta recuperación. La escasez de mano de obra, las deudas y la falta de cultivos sustitutos de la caña afectaron los niveles de producción que se habían alcanzado hasta 1879. En el mercado internacional, el precio del azúcar cayó desde 1885 y esto dilató la recupera­ción del sector.
En cuanto al algodón, las haciendas en el centro del país y en Piura padecieron una cri­sis causada por el cobro de cu­pos, la falta de créditos, el cierre de las exportaciones y la poca mano de obra tras la guerra.
Para intentar contrarrestar la crisis se redujeron los riesgos en la producción y se captó mano de obra por el sistema de apar­cería, en donde el propietario encargaba a un tercero la explo­tación agrícola a cambio de un porcentaje de los resultados.
Al mismo tiempo, la oferta de exportaciones se redujo por el dominio en el mercado inglés de la producción norteamericana con fibras suaves y cortas; nues­tras fibras áspera y semiáspera perdían, aunque la tecnología permitió desarrollar un merca­do para un algodón de fibras lar­gas como lo es el pima del Perú. Poco a poco, la producción se fue estabilizando y recuperando.
Vivimos una situación dramática
Durante la Guerra del Pacífico, el Perú perdió cerca del 70% de sus ingresos tributarios. Por ello, entre 1880 y 1884, los departamentos cubrieron sus gastos valiéndose, depen­diendo de su ubicación y si estaban ocupados por Chile o no, del cobro de derechos aduaneros por el ingreso de bienes a través de fronteras o puertos, o por medio de con­tribuciones personales. Estas últimas fueron dispuestas por Prado, en abril de 1879. Sin embargo, muchos campesinos se resistieron al cobro del tri­buto, como en Piura y Huaraz.
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Respecto al guano, en pleno conflicto, el 23 de febrero de 1880, se autorizo´ a los acreedores ingleses a reanudar la exportacio´n que había sido detenida tras la ocupación chi­lena de las zonas de explota­ción guanera, mediante el pago de una regali´a de 30 chelines por tonelada. Para fines del siglo XIX, las exportaciones del guano no llegaban a las 100 mil toneladas por año; las épocas de bonanza eran un recuerdo.
Con el salitre, la situación fue dramática. La explotación peruana del recurso que dio pie a la guerra quedó en cero. Los territorios ricos en este pro­ducto eran parte de las provin­cias de Tacna y Tarapacá que, en una herida histórica, pasaron a ser parte de Chile. El fin de la guerra llegó con el Tratado de Ancón, firmado el 20 de octubre de 1883 y ratificado por el Perú el 8 de marzo de 1884. Así, per­dimos control e ingresos sobre las inmensas salitreras de Tara­pacá. Los yacimientos del fer­tilizante quedaron en manos de Chile, que se encargaría de usar el 50% de las ganancias para cubrir parte del pago de la deuda externa peruana. La era del guano ya había termi­nado y el salitre era un recurso perdido.
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La guerra con Chile tam­bién afectó nues­tro transporte. Unos 500 kiló­metros de líneas férreas que había hasta 1877 fue­ron seriamente dañadas. Algu­nos ferrocarriles quedaron opera­tivos como los de Mollendo-Are­quipa, Juliaca-Puno y Cusco y Quillabamba. Estos fueron úti­les para la minería posguerra, algo importante en un con­texto en el que los metales como el cobre se mantuvieron al alza. Cada vez se necesitaba más del cobre para la transmi­sión de electricidad y el estaño para los envases de alimentos enlatados.
La recuperación de la eco­nomía tomó años. El Producto Bruto Interno se contrajo 23.88% (1879), 32.85% (1880) y 10.44% (1881). Y luego continuó con cifras nega­tivas hasta 1884 (21%). En los años siguientes el cre­cimiento econó­mico fue inter­mitente hasta ya iniciada la década siguiente. Lo bueno es que comenzó a ges­tarse un gran espíritu empresarial. El Perú, a pesar del sufrimiento y las pér­didas, siguió mirando hacia adelante.
Cómo pasaron la guerra nuestros tatarabuelos
Escasez, precios altos y la lucha por llevar comida a la mesa familiar. Del bloqueo del puerto del Callao al ataque y saqueo de cientos de comercios.
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Luego de vencer a los ejér­citos de Perú y Bolivia en la Batalla de Tacna, la del Alto de la Alianza, el 26 de mayo de 1880, Chile pidió al Gobierno peruano que entregara Arica y Tarapacá para poner fin a la guerra. Ante la negativa del Perú, decidió bloquear el acceso marítimo al puerto del Callao para generar desabastecimiento en Lima y otras ciudades. Buscaba ines­tabilidad social para que el Gobierno peruano se viera lo suficientemente presionado.Eso provocó una subida de los precios del arroz, el azúcar, la carne de res, de carnero, las ga­lletas, la manteca extranjera, las lentejas y los garbanzos, la harina de trigo y el pan.
La investigadora Dora Mayer contó en sus escritos cómo el bloqueo del puerto del Callao elevó los precios de los alimentos hasta llegar a niveles prohibitivos para las clases populares. Luego, un desabastecimiento llegó a producir enfrentamien­tos para conseguir algunos productos. “Se luchaba por el pan a codazo limpio”, refirió. Fue una situación que duró me­ses. En casa de Mayer compra­ron por quintales para contar con reservas de arroz, azúcar y menestras.
La escasez de carne, espe­cialmente de res, llevó a que la ciudad comiera pescado que no era del gusto de las éli­tes. Todas las variedades eran aprovechadas, desde el peje­rrey o el bonito hasta el jurel, pero la elección dependía del bolsillo familiar. Así, la lorna y el bonito no eran apreciados por las clases altas y medias. La lisa, la corvina o el róbalo fue­ron considerados de primera.
El bloqueo del puerto no gene­ró la respuesta que esperaban del entonces presidente Ni­colás de Piérola. Así que Chile decidió algo más grave: tomar Lima.
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Toma, saqueos y negocios afectados
Las fuerzas chilenas desem­barcaron en Chorrillos en enero de 1881 y tras vencer en la Batalla de Chorrillos y San Juan, tomaron Lima el 17 de enero de 1881. Cometieron ac­tos de saqueo y destrucción de la propiedad privada e incluso aprovecharon para consumir alcohol en tiendas de abarro­tes o en tabernas, según el agregado británico y capitán de fragata Sir William Alison Dyke Acland.
Hasta antes del inicio de la guerra, la actividad comercial se había desarrollado bastante como efecto de la era del gua­no. Muchos de estos negocios pertenecían a inmigrantes eu­ropeos. Para 1863, los italianos ya tenían una importante pre­sencia en el comercio porque de las cerca de 650 tiendas de abarrotes, el 80% pertenecía a italianos, y casi el 86% de los locales eran de su propiedad, según Giovanni Bonfiglio.
Esa realidad se combina­ba con la de los inmigrantes chinos, que era mucho más precaria. Los que lograron cumplir sus prolongados con­tratos, casi todos ligados a la actividad guanera, procura­ron ir a las ciudades para dedi­carse a servicios domésticos y comerciales. Abrieron o traba­jaron en fondas o negocios de comida de bajo precio, aunque muchos poco salubres. Otro oficio fue el de encomendero que hacía recados.
Tomada la capital, cientos de comercios se vieron afecta­dos por los saqueos de las fuer­zas chilenas. Si bien sus tropas tenían provisiones, exigían alimentos por donde pasaban e inclusive sustraían animales y alimentos, afectando a los más pobres.
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