¿Y qué diría Mafalda?
¿Y qué diría Mafalda?

¿Cuál es el personaje latinoamericano más universal? No me refiero necesariamente al más conocido. Me refiero a aquel que muestra mejor al resto del mundo nuestra idiosincrasia.

Más de una vez regalé una colección de Mafalda a un amigo extranjero no latinoamericano con la esperanza de que entendiera mejor por qué somos como somos.

Ella y todos sus amigos son latinoamericanamente inmortales. Sobrevivirán a su genial creador, Quino, quien nos dejó esta semana legándonos sus memorables, entrañables, simpáticos, antipáticos, disconformes, optimistas, agudos, inocentes, desconfiados, generosos, solidarios, egoístas personajes.

¿Qué diría Mafalda de las cosas que pasan hoy en nuestro país? No hay que adivinar. Ya lo dijo. Basta leer sus tiras cómicas y descubrir por qué cuando nos reunimos los latinoamericanos, lejos de discutir cuál país es mejor que los demás, nos enfrascamos en ácidas discusiones en las que reclamamos que nuestro propio país merece más que los otros su ya terrible suerte.

¿Es Mafalda de izquierda o de derecha? Claramente no es ninguna de las dos cosas. Parece más una aguda ciudadana de a pie, que mira con sorpresa e indignación la prepotencia ineficaz de nuestros gobiernos, el mercantilismo convenido de nuestros empresarios y la apatía insoportable de los latinoamericanos.

Mafalda es una anarquista, como lo somos, al menos por sentimiento, la mayoría de nosotros. No nos sentimos representados por nadie y por nada de lo que ocurre. El optimismo siempre aparece como un chiste, como una forma de mostrarnos que es mejor reírnos que emocionarnos con la esperanza. Es como cuando Libertad le pregunta a Mafalda: “¿Qué opinan en tu casa de como están las cosas?”, y Mafalda contesta: “¡PUF!”, y Libertad replica: “Por lo menos son optimistas. En la mía opinan ¡PUAJ!”.

¿Qué diría Mafalda de los Vizcarra, los Fujimori, los Toledo y los Alan García? ¿Qué pensaría de Richard Swing y compañía? Posiblemente recordaría la vez en que leyó unas pintas en una pared en la que un anónimo anarquista había escrito “No nos faltan recursos. Nos sobran ladrones”.

Y ladrones no son solo los corruptos en su percepción clásica. Son también los legisladores que creen que por ley pueden tomar lo que no les pertenece o los jueces que sentencian a favor del abogado que los invita a jugar fulbito acompañado de cervezas los martes por la noche.

O el funcionario de irresponsable apatía que no hace nada porque, paradójicamente, no quiere asumir la responsabilidad, encerrándonos a los ciudadanos tras las rejas de los trámites burocráticos. Es como cuando la mamá de Mafalda les pide a los chicos que, cuando jueguen, no hagan lío y ellos, sentados displicentemente alrededor de una mesa, le dicen que no se preocupe, que van a jugar al Gobierno y que por ello “no vamos a hacer absolutamente nada”. O cuando Mafalda bautiza a su tortuga como “Burocracia”.

Y diría que hemos renunciado a ser libres, como cuando Mafalda le pregunta a una pequeña niña en la playa su nombre. Cuando le dice que se llama Libertad, la mira sorprendida agachándose sobre su reducida estatura mientras su nueva amiga sentencia ácidamente: “¿Sacaste ya tu conclusión estúpida? Todo el mundo saca su conclusión estúpida cuando me conoce”.

Quino nos entendió mejor que cualquier analista. Si quiere saber quiénes somos, antes que ver las noticias, lea a Mafalda.

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