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¿Votar es igual a comprarse una refrigeradora?

En política nunca estaremos todos contentos. La verdadera pregunta es cómo reducir para todos los espacios de infelicidad.

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Fecha Actualización
“La competencia política debe ser como la competencia en el mercado”. “El mercado de partidos políticos no puede ser oligopólico”. “Hay que reducir las barreras de entrada a nuevos partidos”.
Mi buen amigo Augusto Townsend es uno de quienes ha sostenido repetidamente esa tesis en sus interesantes y completos posts en Comité de Lectura. Las frases tienen algo de verdad. Pero pueden conducirnos, si no son bien leídas, al resultado contrario al que queremos obtener.
Este debate está en el centro de la discusión en la reforma política que tenemos en el Congreso.
La evidencia empírica muestra que no parece ser ese el principal problema. La sábana en la que se ha convertido la cédula de votación con decenas de partidos y cientos de candidatos, la mayoría desconocidos o intrascendentes, muestra que el número de competidores no parece ser el problema. Tenemos muchos. El problema es la calidad.
En política es muy importante quiénes compiten. La razón es simple. En el mercado económico los compradores y vendedores reciben las consecuencias de sus decisiones. Si usted compra una refrigeradora para su casa y toma una buena o mala decisión, sufrirá o disfrutará las consecuencias. Por regla general, su refrigeradora no afecta ni para bien ni para mal a sus vecinos.
No se generan lo que los economistas llaman externalidades (consecuencias no contratadas).
Pero en el mercado político las cosas son muy diferentes. Si la mayoría elige un mal presidente o el Congreso que tenemos, los costos y beneficios recaen no solo en quienes votaron por ellos, sino en todos los demás. Un presidente con políticas redistributivas subirá los impuestos a unos en perjuicio de otros y un presidente más liberal reducirá los servicios que brinda el Estado en contra de quienes desean que se incrementen.
Los extremos generan más externalidades que los que están más al centro porque sus políticas afectan más a los que están al otro extremo.
En países con sistemas políticos estables, uno no ve muchos partidos. Ve unos pocos, usualmente dos o tres. Y (como la Coca Cola y la Pepsi) se parecen mucho. Ello conduce a que la alternancia en el poder no se dé entre extremos, sino entre partidos que no tienen diferencias sustanciales como ocurre con los tres partidos alemanes, los laboristas y conservadores en Reino Unido o los demócratas y republicanos en EE.UU.
Más allá del enfrentamiento entre estos partidos, son versiones similares de la misma cosa. Uno no espera un volteretazo completo (salvo que ocurra algo extraño, como la elección de Trump) hacia un extremo u otro.
El secreto, más que en la existencia o no de barreras de entrada, está en el sistema electoral. Elecciones con sistemas de distritos uninominales conducen a la búsqueda de alianzas que reducen el número de partidos y los acercan al centro. Y una mayor competencia interna en los partidos (por ejemplo, con elecciones primarias) fomenta la competencia sin dispersarla hacia los extremos.
El resultado es estabilidad política que genera consensos hacia un mayor desarrollo institucional y una mayor estabilidad económica.
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