Me he preguntado muchas veces si en el Perú los buenos son más que los malos (si tales categorías realmente existen). Si en el Perú las personas bienintencionadas, que se esfuerzan por salir adelante sin dañar a otros, aceptando las reglas de juego y buscando no solo su propio desarrollo, sino también el de su comunidad, son más que aquellas para las cuales el progreso solo importa si es el propio; aquellas para las cuales la ley y la justicia son solo un estorbo entre sus planes y la mentira es una forma de vida y un modus operandi.
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Por mucho tiempo, fue un sí rotundo. Creí que el Perú tenía más ciudadanos dispuestos a empujar el coche que a dinamitarlo, que valía la pena quedarse, que valía la pena volver. Sin embargo, llevamos años en los cuales quienes dictan las reglas de juego y quienes las aplican son cada vez peores y más numerosos. Años donde vemos una debacle de civismo, orden y empatía entre nosotros; donde día a día somos testigos de lo fácil que es atentar contra la vida, la integridad y el honor de los demás.
Antes nos gobernaba una minoría de impresentables, mercantilistas y populistas; hoy son una abrumadora mayoría. Pero, al releer el excelente suplemento publicado por este diario, titulado “El Perú sí tiene futuro”, recuperé esa bocanada de aire que llena de esperanza los pulmones. Leía argumentos para creer que aún podemos volver a la senda del republicanismo, donde la ciudadanía es un estatus único para todos y por igual, donde el fortuito lugar en el que te toca nacer no será determinante en el éxito o fracaso de tu proyecto de vida. Hoy vivimos entre sombras, y quienes hoy lideran quieren más sombras, porque es en la oscuridad donde es más fácil cometer sus fechorías.
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Está en nosotros prender la luz, iluminar los caminos y desterrar por fin a aquellos que ven en nosotros solo un medio y no un fin. No es solo un tema del sector público; es, sobre todo, del sector privado. Está en nosotros cambiar el rumbo de este país y recuperar el verdadero orgullo de ser peruanos.