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La Terra incognita de Venancio Shinki

Hijo de un inmigrante japonés y madre peruana, Shinki supo aquilatar dos tradiciones distintas, aunque no se identificara con ninguna en particular.

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Fecha Actualización
Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y LetrasEscritor

A sus 82 años, Venancio Shinki parece más inquieto y activo que nunca. Las pinturas y dibujos que exhibe en estos días en la galería Lucía de la Puente, en Barranco, prueban que su vitalidad y curiosidad creativas permanecen intactas, pese a su largo recorrido. El viejo maestro no ha perdido un ápice de sus facultades, gracias a las cuales se ha consolidado como uno de los artistas peruanos contemporáneos más importantes. Incluso, se diría que ha prolongado el esplendor de su madurez y que el ejercicio de su oficio le depara un enorme placer.

Son pocos los pintores con una actitud tan lúcida y coherente, lo que se advierte en las peculiaridades de su evolución plástica. Alumno notable de la Escuela Nacional de Bellas Artes, galardonado con el premio Sérvulo Gutiérrez en 1962, no tardó en comprender que la búsqueda de un camino propio exigía, primero, auscultar su corazón. Era inútil seguir modas y tendencias con el fin de estar al día, sobre todo si no miraba en su interior y confrontaba su experiencia personal. Porque la pintura podía ser un medio extraordinario para afirmar su identidad y expresar aquello que guardaba dentro de sí y que lo hacía único como ser humano.

A partir de entonces, Shinki comenzó a explorar ese mundo ignoto que llevaba agazapado y que pugnaba por salir a través de ciertas formas y colores. Fue así que se alejó de la abstracción y se empeñó en crear uno de los territorios más singulares de nuestra plástica. El artista suele presentarnos un paisaje alucinado, surreal, donde reconocemos varios elementos figurativos que se reiteran de cuadro a cuadro, como si fueran las claves de una terra incognita que él mismo quisiera descifrar. Su rica imaginería se compone de soles rojos, lunas, máscaras, estatuas, árboles, cactus, rocas, pirámides y acaso tótems. Asimismo, encontramos aves, gatos, ciervos, toros, carneros y cabezas de caballo, pero no individuos, salvo rostros apenas insinuados. Es un paisaje extraño, intemporal, desolado, casi primitivo. Y a veces detectamos el diseño de un laberinto, detalle que nos suscita resonancias míticas.

Este universo enigmático posee una atmósfera onírica, pues nos da la impresión de haber sido arrancado del inconsciente. Es sutil y hermético, construido con un cuidado admirable, con un armonioso sentido del color que delata el exquisito oficio del artista. Hijo de un inmigrante japonés y madre peruana, Shinki supo aquilatar dos tradiciones distintas, aunque no se identificara con ninguna en particular. Como nikkei padeció las represalias que sufrieron aquí los residentes nipones durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, estos lo rechazaban porque su madre no era japonesa. Quizá por ello, por ese doble origen y exclusión, se vio obligado a escapar de una realidad hostil y decidió configurar un mundo propio, un lugar que solo fuera de él y que nadie le pudiera arrebatar jamás.

Si bien Venancio Shinki se inserta en la modernidad occidental, en su obra se advierte una mirada lírica que parece emanar de sus fuentes orientales. De ahí la naturalidad y delicadeza con que interpreta una colección de haikus, género japonés por excelencia. Después de todo, el viejo maestro sabe que tanto la poesía como la pintura son actos de revelación.

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