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Una nación desorganizada, inconsciente, improvisada
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Nuestra geografía es hermosa pero muy difícil. Contra lo que aprendemos en la escuela, que es un país lleno de riquezas al alcance de la mano, nuestro territorio es difícil de manejar. Muy difícil. Y estamos lejos de gestionarlo de forma adecuada.
La costa es desértica. La montaña es agreste y seca, excepto por los contados valles interandinos que llenan nuestros ojos. Y la selva es imposible de domesticar. Solo la selva alta es relativamente amable para el colono de ayer y hoy. Esta dura geografía nacional nos ofrece, sin embargo, oportunidades propias de una biodiversidad auspiciosa y, a la vez, frágil.
Administrar la vida social en estas tierras implica un inmenso reto del que no somos conscientes. Pienso en los canadienses y su envidiable manera de organizar una nación pluricultural que vive en inviernos y veranos extremos. Pienso en los israelíes y la exitosa forma de constituir una sociedad virtuosa en medio del implacable desierto. En el Perú, en cambio, desviados por la idea de que vivimos en una sucursal del paraíso, en uno de los principales reductos biológicos del planeta, hemos perdido aquello que las sociedades prehispánicas tuvieron tan claro. Para alcanzar el bienestar colectivo requerimos de un empeño ecológico muy exigente e incansable. Y siempre precario.
No sabemos ahorrar ni gestionar racionalmente nuestros recursos. No sabemos responder a las periódicas inclemencias climáticas. No sabemos, siquiera, prevenir desastres cantados. No sabemos aprovechar nuestras riquezas naturales, protegiéndolas. Ejemplos sobran. Cada proyecto de irrigación demoró más de lo planificado y aún quedan muchísimos más por realizar. Quemamos el gas natural por no construir oportunamente hidroeléctricas. Desaprovechamos los abundantes recursos hídricos que la cuenca atlántica nos ofrece. No estamos suficientemente interconectados, agravando nuestra fragmentación geográfica y social. Etcétera. Todo lo que hemos avanzado en la gestión de nuestro territorio es poco si consideramos que nuestra sociedad es pobre, desigual y desesperanzada.
¿De qué sirve que tengamos potenciales riquezas si no sabemos aprovecharlas para todos? ¿Y cómo hacerlo si no somos conscientes de que nuestro territorio nos exige una acción colectiva extraordinaria? Entre las pobrezas que nos caracterizan, la desorganización política es, acaso, una de las principales.
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