Expectativa y emoción de los peruanos en el partido de la blanquirroja. (Foto: Geraldo Caso)
Expectativa y emoción de los peruanos en el partido de la blanquirroja. (Foto: Geraldo Caso)

Los últimos partidos de la selección han sido más interesantes fuera que dentro de la cancha. Dentro, los nuestros no lucieron tan vistosos como en las anteriores contiendas. En Buenos Aires, la selección se atrincheró disciplinadamente para detener a la mundialista Argentina. Luego, Colombia, siendo superior, vino a hacer lo propio a Lima, ahogando a la bicolor en la media cancha. Fueron dos partidos obstruidos que nos recordaron que nuestro equipo es modesto, empeñoso pero modesto, que su fortaleza consiste en trabajar con base en sus limitaciones.

¿Y qué pasó fuera de la cancha? Pues no todos terminaron contentos. Hubo quienes se ofendieron con la voluntad de empate en los últimos minutos ante Colombia. Olvidan que este equipo es una excepción y desean verlo irrenunciablemente pujante aunque eso nos lleve al suicidio. Otros, mucho antes del partido, ya estaban irritados con tanto alboroto. Son los displicentes razonables, esos que durante treinta y cinco años han pasado de una decepción a otra sin tregua. También están los que detestan al fútbol pues lo identifican con un deporte que despierta chovinismos vergonzosos, así como antipáticos arranques de violencia tanto en las tribunas como en las calles.

Se entiende, entonces, que hayan quienes renuncien a participar cuando el resto del país bulle alrededor de la caja boba; sin embargo, llama la atención cuánto fastidio hay entre nosotros. Una cosa es ser indiferente frente a esta inusitada algarabía colectiva, otra es gritar mala onda. Una cosa es tomar distancia de ese desmesurado optimismo, otra es boicotear simbólicamente esa efímera integración social que viene con tanta alegría. La verdad es que no es la primera vez que nos partimos. El mismo bloqueo surge cuando la gastronomía local se festeja, cuando la Marca Perú se populariza, cuando el cine comercial se hace un espacio en la taquilla. Y porque siempre surge, ese fastidio también debe ser escuchado. Habla de mucha gente que resiente el caos, la corrupción, la violencia cotidiana y que no quiere distraerse con nada porque considera que esos problemas deberían haber saturado nuestro hartazgo hace tiempo. De allí que cualquier pausa le resulte peligrosa.

Un país y varias energías encontradas. Hoy en el fútbol, mañana en otro tema. ¿Cómo aprovechar esta tensión para avanzar más o menos juntos mientras resolvemos nuestras discrepancias? Son pocas las veces que vivimos esta fantasía de unión nacional con tanta fuerza, deberíamos poder aprovecharla. Ni en Fiestas Patrias se vive con esa intensidad. Deberíamos partir desde esta precaria integración para afrontar nuestras fracturas internas, nuestro pesimismo endémico, nuestra desconfianza a prueba de todo tipo de buenas señales. ¿Estarán atentos nuestros líderes a estas inesperadas oportunidades que nos regala el destino?

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