Un gobierno carambola. (Foto: Presidencia Perú)
Un gobierno carambola. (Foto: Presidencia Perú)

¿Por qué se espera que la gestión de Vizcarra tenga un desempeño distinto al que tiene? ¿Podría ser realmente mejor? ¿En estos dos años ha dado señales que justifiquen alguna expectativa extraordinaria? En estas semanas los analistas señalan el débil liderazgo presidencial, la ausencia de energía para impulsar la economía y las reformas que el país reclama. Hay quienes, inclusive, expresan cierta decepción cuando subrayan lo mucho que se podría estar avanzando ahora que la oposición está pulverizada y el balance entre poderes sesgado hacia el Ejecutivo.

Es verdad que estas expectativas tuvieron, en algún momento, cierto asidero. Enfrentar con éxito a la primera fuerza política del país y reducirla al remedo soñado por los antifujimoristas, arrimar a los partidos más influyentes hasta hacerlos tropezar por debajo de la valla electoral, torear las crisis políticas y las controversias sociales con la agilidad infantil de quien juega a las escondidas no es poca cosa en un sistema político donde primaba la impunidad. Hoy, algunos de los más poderosos pierden sus negocios y otros se suicidan real y metafóricamente hablando. Inimaginable.

Pero es verdad, también, que esos logros tienen más de coraje que de habilidad. La fuerza de Vizcarra reside, siendo justos, en que no se chupó a la hora de pisar fuerte allí donde había castillos de papel, allí donde la manipulación venía de espejismos bien plantados. Este Gobierno no es más sólido que los anteriores, comparte con ellos casi todo: llegó de casualidad, sin propuesta programática, sin organización ni expertos, sin experiencia ni redes de influencia. Una administración, una más, invitada a la improvisación nacional.

Por eso no deja de llamar la atención cuando algunos tildan su postura de neomarxista. ¿Comunista? Más bien, voluble, ambivalente. A veces progre, a veces conservador. ¿Populista, autócrata? Digamos, a secas, sobreviviente. Si bien no conocemos cómo se organiza el Ejecutivo por dentro, ni cuál es su método para llevar el timón estatal, sí observamos un estilo inequívoco. A juzgar por la autocrisis de esta semana, queda claro que se trata de un gobierno asustadizo, opaco, sin agenda, que destaca, eso sí, por sus rápidos reflejos para zafar de los problemas y seguir corriendo hacia el final del periodo presidencial.

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