No hay nada que celebrar (aunque sí). (USI)
No hay nada que celebrar (aunque sí). (USI)

No hay nada que celebrar. Seguimos perdiendo el tiempo. Estamos atrapados en la segunda vuelta electoral del año pasado. Apenas los espíritus antis festejan, haciendo más evidente nuestra orfandad política nacional. Nadie gana. Las instituciones lucen más precarias que de costumbre, la clase política sigue destruyendo el poco prestigio popular que le queda y su desconexión con los ciudadanos ha llegado a extremos delirantes. Escuchar a los congresistas el jueves ha sido calamitoso. Siempre pensé que la división y la polarización eran nuestros peores males, ahora pienso que se le suman la ignorancia y la ridiculez. Una pena por nosotros.

Lo cierto es que cualquier resultado el día jueves venía mal. Si todo el Gobierno caía, se venía una nueva catástrofe para el país, con un fujimorismo dividido y todavía resentido. Un fujimorismo regresivo que nos recuerda lo peor de los años noventa. Felizmente para ellos la vacancia no prosperó, pues su fortaleza los hace tropezar consecutivamente. Por supuesto que el Gobierno no está en un mejor escenario. Contamos con un presidente aislado, que no lidera y en una crítica situación de precariedad. Y el resto de la fuerzas políticas no están mejor: si se miran al espejo, verán confusión y fragmentación. Nadie, pues, tiene un norte definido. Solo reaccionan al estímulo de la coyuntura mientras la gente sigue con su vida esperando una nueva oportunidad para prescindir de ellos. Y volver a jugar al maldito sorteo electoral.

También estamos perdiendo otras cosas. La negligencia de nuestros representantes opaca otra cara del ejercicio público que es realmente positiva. Cuando uno observa cómo ha caído la desnutrición crónica en el país, gracias al trabajo de miles de profesionales de la salud, y a la continuidad de la política sectorial, se encuentra con otro Estado. Lo mismo pasa cuando observamos otras mejoras en energía, exportaciones, educación, comunicaciones, entre tantas otras, que suceden a nivel nacional y local. Los premios de Ciudadanos al Día nos ofrecen evidencias. Lo mismo, algunos indicadores del desarrollo humano. Se trata de un ejercicio estatal que sucede en una lógica inversa a la de los políticos de arriba. Un Estado donde podemos encontrar profesionalismo, compromiso y resultados. No exagero.

Por supuesto que no vivimos en el paraíso. La pobreza subsiste a pesar de su reducción considerable y sostenida en los últimos gobiernos. Continúan la desigualdad económica, la violencia familiar, la inseguridad ciudadana, la inhumanidad del transporte público, etc. La lista de pendientes es larga. Solo deseo que en el 2018 las autoridades y los representantes de los poderes del Estado trabajen –un poquito– como lo hacen miles de miles de servidores públicos. Nuestro país estaría usando mejor su tiempo y energía colectivos.

Eso deseo.