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Esa forma estúpida de hacer política
“Los fujimoristas se entusiasman cuando usan su mayoría parlamentaria para demostrar que no les tiembla la mano ante los otros poderes del Estado”.
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El fujimorismo es polémico. Cada vez que aparece, divide al auditorio. Lo hace a sabiendas. Sus líderes buscan representar a esa mayoría del país que busca líderes con carácter y determinación para poner orden en el caos colectivo. Si bien ha perdido arrastre en los sectores medios y altos, el fujimorismo sabe que en escenarios de polarización puede recuperar a sus antiguas audiencias. Como bien dice Carlos Meléndez, es un movimiento que se achora en cada coyuntura pues busca mantener la afiliación de esos sectores que demandan una administración autocrática que resuelva, por fin, su hartazgo frente a la corrupción y la negligencia de la clase política. Por eso, los fujimoristas se entusiasman cuando usan su mayoría parlamentaria para demostrar que no les tiembla la mano ante los otros poderes del Estado.
Pero parece que el tiro les está saliendo por la culata. La encuesta nacional de GFK de noviembre así lo indica. El 68% de ciudadanos considera que el fujimorismo está abusando de su mayoría en el Congreso; el 47%, que busca vacar al presidente de la República; el 70%, que denuncia al fiscal de la Nación porque está investigando a personas de su entorno. Y el 65% no está de acuerdo con la salida de los miembros del Tribunal Constitucional cuestionados por Fuerza Popular. Parece que el achoramiento no siempre paga.
Mientras tanto, los fujimoristas se parecen cada vez más a los políticos tradicionales. Un 70% cree que la última campaña electoral de Keiko fue financiada por Odebrecht, lo mismo que Toledo, García y Humala. Y la aprobación de Luis Galarreta es tan baja como la de Kuczynski. Y la del Congreso es mucho más baja que la de cualquier ministro. El fujimorismo existente, ahora peleado con el hijo de Alberto Fujimori, puede estar perdiendo su aura antisistema por la sencilla razón de que se les percibe como parte de una clase política dedicada a los vicios del poder y desconectada de las necesidades de la gente. Mientras ellos demuestran con orgullo su temple, los ciudadanos esperan que trabajen por ellos. No quieren verlos peleando ni postergando soluciones.
El fujimorismo se estanca. Un 40% cree que el Congreso obstruye al gobierno y un 49% que cumple con su papel fiscalizador. En el primer grupo, para variar, predominan los antifujimoristas y en el segundo los fujimoristas y sus simpatizantes. En vez de ampliar su llegada, le están facilitando el camino al próximo outsider. El fujimorismo, pues, está usando su poder actual como un boomerang. Martín Tanaka sugiere que actúan estúpidamente: “El estúpido es más peligroso que el malvado, en tanto suele causar considerable daño sin obtener beneficios, o peor aún, incluso perjudicándose a sí mismo”. No agrego más.
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