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Los fabulosos sapiens contra el resto del mundo
“Harari propone que lo que nos diferenció de los otros grupos humanos no fue el lenguaje, ni el tamaño del cerebro, ni la capacidad de crear artefactos, sino nuestra habilidad para elaborar ficciones, mitos...”.
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No es usual toparse con un ensayo académico que se lee como una novela. Una buena novela. Y es poco común que un libro alumbre en cada capítulo nuevas formas de ver las cosas que creíamos trilladas. Sorpresas que hacen de Sapiens - de animales a dioses (Debate, 2014) una pieza para recomendar con entusiasmo. No es casual que haya sido un best seller –Obama y Zuckerberg lo recomendaron a millones–, ni que haya generado un intenso debate entre académicos y no académicos.
Yuval Noah Harari, su autor, ofrece hipótesis deliciosas y provocadoras. Por ejemplo, que los sapiens acabamos con la profusa biodiversidad de Australia y las Américas, que probablemente hayamos liquidado también a los Neanderthal, que los agrícolas iniciales no fueron más felices (ni se alimentaban mejor) que los recolectores, que desde la Antigüedad el dinero fue la primera palanca de la universalización, que los imperios han sido la institución de gobierno más exitosa (además de grandes civilizadores), que nuestra fe en la ciencia es arbitraria, entre otras perlas sobre nuestra conflictuada contemporaneidad.
Una larga historia de repeticiones dominadas por el instinto biológico, apenas diferenciada por pequeños avances marginales, dieron lugar, de pronto, a una forma de ocupar el planeta estrictamente artificial (eso es la cultura) y, al final, veloz y peligrosa (ese, el mundo de hoy). Harari propone que lo que nos diferenció de los otros grupos humanos no fue el lenguaje, ni el tamaño del cerebro, ni la capacidad de crear artefactos, sino nuestra habilidad para elaborar ficciones, mitos, que nos permitieron actuar colectivamente como ninguna otra especie.
Muchos objetan que se equiparen religiones e ideologías o que se consideren los derechos humanos como una ficción más entre las que definen la realidad. Pero ninguna objeción es suficiente para descalificar la idea que inspira este libro: que nuestro devenir en el planeta es una contingencia, que el poder se juega en los grandes relatos cotidianos, que casi no tenemos el control sobre esos arrolladores sentidos comunes globales.
Se trata de una invitación a un saludable refrescamiento. Un ejercicio para no olvidar que nuestras arraigadas identidades no son sino convenciones y nuestro sentido común, una construcción intersubjetiva, hermosa, arbitraria e inapelable, tal como lo reflexionaron los fenomenólogos, tal como lo propusieron maestros de la Sociología como Berger y Luckmann. Provecho.
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