Más proyectos inmobiliarios se desarrollan en zonas de Jesús María y Pueblo Libre. (USI)
Más proyectos inmobiliarios se desarrollan en zonas de Jesús María y Pueblo Libre. (USI)

¿Han visto esos anuncios que ofrecen departamentos en los que vemos un edificio bonito, impecable, solito, sin ninguna casa al lado, con el cielo azul, tan limeño, detrás? San Miguel, Magdalena, Jesús María, Miraflores, Surco y distritos similares albergan estos proyectos inmobiliarios. Entiendo que con esa imagen recortada están buscando destacar la arquitectura de su fachada, su diseño distintivo. Entiendo también que existe un público que está buscando precisamente eso, una edificación especial donde proyectar sus anhelos y aspiraciones.

Entiendo, por último, que ese anuncio es publicitario y que la gente no es boba, es decir, a nadie se le está engañando con el buen uso del Photoshop y la caseta de ventas donde se muestran familias felices disfrutando de un hogar como quien vive en un hotel del Caribe. Todo lindo.

Pero esa imagen también tiene otros significados. Cuando un arquitecto muestra su edificio aislado, nos está sugiriendo que prioriza la imagen de su diseño sin importarle su contexto. Lo vemos seguido en la ciudad. Es fácil advertir que en Lima muchas edificaciones se construyen –o remodelan– así, sin dialogar con su entorno, sin pretensión de armonía con la cuadra o el barrio en el que se levantan. Peor aún, otros tantos, precisamente por no tomar en cuenta su entorno, terminan malogrando el paisaje urbano que compartimos inevitablemente. Por eso no es casual que exista esa sensación de collage mal compuesto que tienen algunas zonas de la Lima “moderna”.

Vendedores y compradores inmobiliarios coinciden en este ensimismamiento. Viven en esta distorsión cognitiva que aísla su árbol del bosque urbano. Están tan acostumbrados a evitar al amenazante espacio público que concentran su energía en aquellos espacios cerrados (el depa, el mall, el automóvil, etc.) donde se sienten a gusto, protegidos, viviendo el sueño del consumo que aplaca toda infelicidad o frustración.

Amigos arquitectos, estimados inversionistas inmobiliarios, arquitectura y urbanismo son dos dimensiones inseparables de las ciudades, ¿no? Si cada proyecto arquitectónico se pensara como una solución individual y, a la vez, colectiva, ¿se imaginan cómo todos los millones invertidos en las últimas dos décadas hubieran podido mejorar la calidad de vida de esta metrópoli fea, sucia y caótica de la que somos parte?