Con alusiones (hagamos memoria). (Foto: Archivo El Comercio)
Con alusiones (hagamos memoria). (Foto: Archivo El Comercio)

En los ochenta terminamos en ruinas. Al finalizar el gobierno aprista, la desesperación escaló a niveles insospechados. La vida cotidiana se precarizó. Miles de miles de familias huyeron a otros países, cargando incertidumbres en sus mochilas. Fue una década oscura, maniaco-depresiva, de subidas y bajadas inimaginables. Los jóvenes de entonces coreábamos “No hay futuro”. No para sentirnos rebeldes, sino porque no había futuro.

Los noventa fueron posapocalípticos. Cuando vino el gran paquetazo, no había sino resignación, la misma de cuando nos toca aceptar la muerte. Una sociedad sin aliento. Luego Sendero Luminoso se derrumbó como un castillo de naipes y las primeras reformas neoliberales comenzaron a surtir efecto, aunque con una gran secuela que pocas veces se menciona: la pobreza y la extrema pobreza hundieron a casi la mitad del país. Las mayorías pagamos pato. Las inconclusas reformas le quitaron grasa a un Estado enfermo, pero no lo volvieron atlético. Y allí perdimos los principales lazos de solidaridad colectiva. Sálvese quien pueda.

El gran reformador, el amado y odiado Alberto Fujimori, terminó siendo un pillo más. Él y sus aliados maximizaron nuestra propensión a la corrupción. Malearon a periodistas, estrellas de televisión, empresarios, jueces, políticos, militares, en fin, casi nadie se salvó. Allí están los vladivideos y sus descarados fajos de billetes. Aquella década terminó abruptamente, con traiciones y develaciones. Con marchas estudiantiles, lavadas de banderas y la huida de los fujimoristas con maletas llenas que nunca vimos de vuelta.

El cinismo y la corrupción fueron el legado de ambas décadas. Y los nuevos reformadores vinieron luego a cobrar su parte, mientras el país crecía y la gente trabajaba para dejar atrás tantas miserias. Líderes del mal menor. Crecimos, pero no nos desarrollamos. Comenzamos a ganar premios, pero la mediocridad persistió. Ampliamos el mercado, pero no constituimos instituciones públicas de primera. Ahora estamos nuevamente solos. Un país sin cabeza. Una nación sin sueños.

Por eso, no entrevisten, no consulten, no escuchen a los protagonistas de esta historia política reciente y vergonzosa. No, por favor. No les demos más cabida. Esta es una nueva crisis que solo resolveremos con nuevos liderazgos, nuevos estilos y nuevas propuestas.