Somalia es país del noreste africano que sufre una larga guerra civil entre ejércitos de Señores de la Guerra (generalmente conformados por niños); entre grupos islamistas radicales como Al Shabab, aliado a Al Qaeda y otros para crear feudos e imponer la Sharia (ley islámica); entre diferentes mafias, incluyendo las que amenazan con matar a pescadores pobres de negarse a efectuar acciones de piratería contra embarcaciones en el golfo de Adén, y un territorio con muchos otros problemas comunes a otras naciones de África (SIDA y otras enfermedades, hambre, etc.).
En este contexto, considerado como el estado más fallido (anárquico) del mundo, el 14/10/17 en Mogadiscio, capital de Somalia, ocurrió el peor atentado de su historia. Mi estudiante y amiga Lorena Roe de Salas reprodujo al día siguiente en su Facebook: “Ya son casi 300 muertos en un ataque terrorista en Somalia. Sin piel blanca, sin ojos claros, sin conmoción en los medios. Copia y pega en tu perfil. Vamos a subir el hashtag #prayingforsomalia. Se eleva a 300 el número de muertos por el atentado en Somalia...”.
Como profesor, sentí una enorme emoción porque generalmente los medios abren sus páginas, micrófonos, cámaras y megabytes para cubrir a detalle los atentados que ocurren en Europa o EE.UU. porque son los que nos conmocionan más. Pero Lorena y unos pocos entienden que hay que concientizar a occidente que el mundo debe expresar fraternidad con lo que ocurre en países africanos, árabes, asiáticos, etc.
Lo anticipó el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco en 1959: “Pintor nacido en mi tierra con el pincel extranjero/ pintor que sigues el rumbo de tantos pintores viejos/ aunque la Virgen sea blanca, píntame angelitos negros…”.