Ministerio Público de Brasil se opone a que director de Odebrecht viaje al Perú. (USI)
Ministerio Público de Brasil se opone a que director de Odebrecht viaje al Perú. (USI)

Judith Miller periodista y Valerie Plane agente encubierta de la CIA sufrieron, una por callar y otra por hablar. Valerie logró demostrar que Iraq no podía haber producido bombas atómicas. Se tiraba abajo la excusa de Bush para invadirlo. En represalia, la Casa Blanca filtró su identidad, exponiéndola a todo riesgo. Valerie se protegió escribiendo su verdad: Juego limpio, mi vida como espía.

Pero alguien tenía que pagar los platos rotos y se eligió a Judith, columnista del New York Times. Aunque ella no había escrito sobre Valerie, por otros artículos se le acusó de ser el canal de filtración de la CIA y se le obligó a revelar sus fuentes. Pasó meses de prisión por no delatar. También se defendió en una serie de artículos, condensados en uno que llamó Mis cuatro horas testificando en la Sala del Gran Jurado Federal.

Saber hablar o saber callar, es el dilema. La oportunidad de hablar o de callar no se percibe fácilmente, depende de muchas cosas. Pero en lo que no debiera haber duda alguna es cuando el hablar o el callar es una obligación.

El periodista está obligado a hablar. En cambio, el juez, el fiscal y el abogado están obligados a callar. La obligación de informar termina siendo el derecho a la libre expresión del periodista. El derecho al secreto profesional termina siendo la obligación de confidencialidad de los que intervienen en los procesos judiciales.

En el caso Odebrecht, unos callan cuando deben hablar y otros hablan cuando deben callar. En esta mezcolanza de roles, no solo estamos jugando la eficacia del caso en cuestión, o de meter a prisión a unos corruptos, o de hacer juego para que otros sigan libres. Nos estamos mostrando cómo somos.

En el mundo actual, la obligación de hablar o de callar se cumple a raja tabla. Es tan obvia como parar en la luz roja, hacer cola o no orinar en la calle. Cultura le dicen, institucionalidad es la palabra técnica.

Y, como están las cosas, nos miran bien feo, porque la tendencia es que los países intercambien información para luchar contra el lavado de activos y otros crímenes mayores, incluida la corrupción. Para eso requieren que los países tengan data de calidad, que la compartan y que protejan la que reciben.

El mundo sabe que la data entregada a nuestros fiscales y jueces se ventila públicamente y, en eso, nuestra patria no es confiable. No somos aún un país en serio. Da vergüenza y duele. Tenemos que luchar contra la corrupción y, a la vez, guardar confidencialidad. Lo uno vale tanto como lo otro. Sí se puede.

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